Vuela Palabra

Johan Reyes

Poesía venezolana: siete poemas de Johan Reyes

La poesía del poeta venezolano Johan Reyes nos sumerge en un universo íntimo y conmovedor, donde se exploran temas universales como la pérdida, la identidad y la búsqueda de sentido en medio del caos. Con un lenguaje crudo y poderoso, el autor nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de la existencia y la complejidad de las emociones humanas. A través de imágenes evocadoras y una prosa poética, Reyes captura la esencia de la vida cotidiana y nos confronta con nuestras propias contradicciones y anhelos más profundos.


Marisol Bohórquez Godoy

 




Los trapos húmedos (o Las moscas y yo)

Mi abuela siempre
viajaba a Los Andes.
Me daba cuenta
de su regreso porque
la casa olía a vinagre.

Los trapos de la cocina
cambiaban a húmedos,
 y en su mecedora ya nadie
se echaba colita.

Una vez me dijo que
su corazón bombeaba sal
en vez de sangre. 

No estaba
equivocada.

Desde que murió mi abuela
en la mesa se come distinto,
las risas duran menos
y sus trapos están cada día más secos.
En la mecedora reposa su recuerdo,
que vacila de un lado a otro
mientras todos lo observamos
con un profundo respeto. 

Para mí no hubo duelo.
Mi  abuela  siempre
viajaba a Los Andes.

Hoy estaría celebrando su cumpleaños
con cigarrillos y un vaso de ron.
La casa huele a vinagre,
pero nadie lo sabe,
sólo las moscas y yo.



ponerse la vida

quizá el remedio no esté en las pastillas
ni en la iglesia
tampoco en los brujos
que dicen que la pena se cura
con un baño de rosas
tabaco y romero
quizá todo sea teñirse el pelo
las cejas
el bigote
perforar las orejas con aros baratos
tatuarse frases esperanzadoras
deambular callejones
dormir con extraños
probar la heroína
la coca
embriagarse hasta quebrarse los dientes
quizá veintitrés mayos
no han sido suficiente
quizá de ese modo
al final del tercer acto
hasta los muertos sean felices




mi pobre vida

todo parece poco

siempre tan poco y aun así
hay cosas con las que no puedo
la familia
las aficiones
los amigos
el presente afuera
nunca sé si quedarme quieto
en silencio
si tirar la cuerda
o soñar que en algún punto la vida se vuelve más feliz
quisiera que la luz se apague
que no canse
que no duela
hoy el mundo
volvió a amanecer feo



El charco de agua

El charco de agua permaneció largo rato tranquilo,

indefenso,
como un hombre que no se quita la vida
para no molestar a Dios.

El charco de agua finalmente se rindió,
prosiguió a secarse.
Se volvió una mancha oscura sobre la Tierra,
como un hombre que no se quita la vida
para no molestar a Dios.



Adioses

Tengo la lengua rajada,
como si quisiera partirse en dos.

El color se va deshaciendo
abajo                     por el centro
hacia la garganta.
El médico me hace abrir a boca,
mira dentro de ella.
Le cuento lo mal que me siento.
 
Un día soñé que tenía un corazón que no era mío.

Se queda pensativo.
Me dice que abra grande,
lo más que pueda.
Parece no haber visto a un hombre
con la lengua enferma.
Entonces le cuento otra historia:

estuve de tumba en tumba.
preguntando dónde me habían enterrado.


El médico llama a su colega.
Ambos me miran con ojos severos.

Mencionan que la lengua forma parte del sistema digestivo;
que puede tratarse de la masticación, la deglución.
Escriben en sus cuadernos. 
Se dicen cosas entre ellos.

Me pongo nervioso.
La consulta se vuelve algo serio. 

¿Ya habían visto el frenillo,
el piso de mi boca, sus bordes?
Parece una órgano muerto,                       
                            desgastado, repiten.
Yo sigo hablando.

El problema es que tengo la lengua llena de adioses.




Las mujeres que me criaron eran dueñas de sus cocinas
de los sacrificios

con todos sus silencios.

El aliento roto de alguna quizá quedó en el retrete,
que también era suyo
al igual que el baño,
sus cerámicas blancas,
que limpiaban con un cloro amarillento
que les despellejaba las manos. 

Las mujeres que me criaron no tenían guantes.
Todos decían que sus pieles eran de cuero recio
porque eran las pieles
                de las pieles
                de las mismas mujeres
                de hace siglos.

Se lamían el corazón entre ellas,
curando con saliva el orden que hacía la casa .

No recuerdo que me haya alimentado un microondas.
El pan siempre lo recibí caliente de una voz que decía:
                                                  la comida está servida
Ya en la mesa

todas sucumbían al silencio con una mueca alegre
para que yo no pensara que me estaban criando
puras mujeres muertas.



Capón

Siempre dejo los testículos guardados
bajo la cama
mejor en el jarrón
para que nadie los note.

Aprendí a ocultarlos observando a papá.
Él los usaba sólo en casa
con mis hermanos
con el perro
con las costillas de mamá.

-Hay que tener cojones, decía.
porque el macho
tiene el sexo expuesto/desprotegido/vulnerable.

La descendencia me pesa.

Algún día iré
a que me cercenen los genitales
a que la hemorragia
el dolor agónico                   excruciante
me deshagan la casta
como vertiendo leche en el río.

Ese día me convertiré en un impotente/eunuco/capón/inepto        
por mis hijos
los hijos de mis hijos
que nunca sabrán
lo que es caber en un cuerpo
en una estirpe de hombres cobardes.



Johan Reyes (Venezuela, 1999) es un actor y estudiante de Cine en la Universidad Central de Venezuela. Ha sido reconocido como ganador del Concurso Internacional de Poesía Bruno Corona Petit y ha recibido menciones en el 7mo Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, el concurso Ossi Di Seppia, y como finalista en el concurso La Quema del Boto. Su obra ha sido publicada en revistas como Casapaís, Cardenale, Colofón, Colettivo Culturale TuttoMondo, etc., así como en la antología Sólo había frío,  sobre violencia de género, editada por Oriette D’Angelo.


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