La poesía del autor mexicano Ángel Díaz viaja entre la soledad y el desencuentro con sí mismo. Umbrales, abismos y sentencias que permean en lo más hondo, sí, pero que son llevados hacia la composición de versos que parecen sugerir una suerte de simplicidad y crudeza seductora. Al final, se trata de un hecho ineludible: el poeta habla desde dentro y hacia dentro mismo; «donde habitan los espectros», donde el espejo muestra sus fantasmas y las puertas yacen cerradas. Es dentro de la intimidad de la palabra que escurre con particular desinhibición el canto para aquello que no vuelve, gira en torno al no-regreso, dentro de las paredes de habitaciones sin escape y donde los accesos han perdido -dentro de su metáfora- las llaves para salir, pero incluso para entrar.
I
Recuerdo el frasco de mi infancia lleno de caramelos,
me sentía más seguro cuando lo veía.
Un frasco lleno
era un padre con trabajo.
A veces pasaban semanas,
el frasco se vaciaba
y cada dulce era la única caricia que recibía.
LLUEVE,
escucho su caída,
llueve
como si lloviera en reversa.
Digo mi última palabra,
digo lo que alcanzo a decir,
en este pueblo lleno de fantasmas
antes de que el viento azote
la puerta donde han muerto todas mis edades.
Llueve
como si lloviera en reversa,
llueve
y escucho su caída.
Escribo sobre un lienzo en blanco
en el que alguien
está limpiándome las manos.
ENTRAR A UN HOTEL DE PASO
es escribir la historia
que se guarda en el cajón
de los pendientes a olvidar.
Lejos queda la familia con sus vajillas rotas,
lejos las palabras comprensivas,
lejos el automóvil estacionado.
Así los amantes van armando su desnudez.
Se desviste el deseo
y poco a poco se encienden los silencios,
ese instante que se repite y se repite y se repite.
Las palabras se van manchando de sudor.
Después la calma crece en los ceniceros
como si de pronto la lluvia de afuera entrara.
La conciencia es un vidrio empañado
donde el amor inventa su propio manicomio.
A QUIÉN METO EN ESTA CASA
si sus paredes
cada día me están matando.
A quién le invito de mí día a día
si en cada recámara
están regados todos mis sueños
y la cama está llena de fracasos
que dejé sin despertar.
Nada ya cabe en esta casa,
en este derrumbe de platos y recuerdos,
donde he aprendido a caminar de puntillas
sin tocar ningún cadáver
para salir seguro de este cementerio.
Y a quién podré mostrarle
esta oscura luz que me sostiene.
¿Habrá alguien que ayude a quitarme
las botas pesadas de este viaje?
En qué parte del miedo le acomodo,
en qué lugar de la casa,
si yo tampoco quepo en ella
y hace años
ya nadie puede entrar.
MI ABUELO
DEJÓ COLGADA SU VEJEZ,
la ha dejado para alguien desocupado.
Porque dentro de sus ojos
hay muchos niños con linternas
jugando en un bosque por las noches.
Su prolongada infancia
ya no quiere sentir
cómo cae granizo sobre sus zapatos
en tallas que nunca le quedaron.
Y me invita a pasar a su mundo,
con sus ochenta años de arrastrar raíces,
con gavetas entreabiertas llenas de veranos
donde guardaba su juventud bajo llave
entre poemas que nunca terminó
y ahora están volando.
Cuando sea mayor
quisiera ser el niño
que es mi abuelo.
Ángel Díaz nació en la Ciudad de México en 1983. Es Maestro en Educación por parte de la Universidad Fray Luca Pacioli y Licenciado en Administración de Empresas y pasante de la Licenciatura en Letras Hispánicas por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Ha publicado su obra en variadas antologías poéticas. Es autor del libro Qué manera de vivir tiene el olvido publicado por la editorial OXEDA en coedición con Nueva York Poetry Press en 2021.