La poeta nicaragüense Gioconda Belli acaba de recibir XXXII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, según lo anunciado el pasado lunes por parte del jurado a través de una rueda de prensa desde el Palacio Real de Madrid, ciudad donde ahora reside la escritora después de haber sido despojada de su nacionalidad por parte del gobierno de Daniel Ortega.
En palabras del jurado, la nicaragüense ha merecido este reconocimiento gracias a su “su expresividad creativa, libertad y valentía poética”. A causa de esta noticia, las opiniones están divididas en cuanto a los méritos que ha hecho la autora para recibir este galardón. De cualquier modo, toda percepción humana de un hecho, es, a mi parecer, respetable, pero no por esto deja de ser subjetiva. En lo que a mí concierne, pienso que la poesía de Gioconda Belli habla sin tapujos de muchos temas que otros evitan o disfrazan para no exponerse demasiado. Su obra ha sido para ella un escudo de defensa y también un arma contra la opresión. Eso es algo que yo siempre he apreciado en su poética. Y para mí vale más el motivo y la finalidad de una obra que lo elevado del lenguaje que use o no use. Yo creo en las palabras de Rainer Maria Rilke cuando dijo que “una obra de arte es buena si ha nacido al impulso de una íntima necesidad. Precisamente en este su modo de engendrarse radica y estriba el único criterio válido para su enjuiciamiento. No hay ningún otro”. Finalemnte, espero que disfruten de los cuatro poemas que he decidido compartir el día de hoy.
Las asesinadas
El pequeño pie de la mujer
sobresale bajo la sábana,
bonito el pie, delicado.
De seguro le gustaría andar con las uñas pintadas
calzar altos zapatos elegantes.
El otro pie, todavía conserva
la sandalia del diario, de trabajo.
No es difícil imaginarla contenta y dicharachera
vendiendo naranjas o verduras en el mercado
– ¿qué va a querer, doñita, le doy buen precio-
Hablando con la vecina del tramo
mientras se sopla con el trapo
porque hace calor
Es de las que llegan a la casa y sientan al hijo a hacer las tareas
-estudia muchacho, si no nunca vas a ser nadie-
y lava y plancha
y ya cuando el hijo duerme
mientras ve las noticias en el pequeño televisor
frente a la cama,
saca la lima, la acetona, se quita la pintura vieja de las uñas
y se las pinta con cuidado en lo que pasan los anuncios.
Al día siguiente.
el esposo, el amado o el descartado
llegará con los celos, la pendencia, el orgullo.
Será el grito, el manotazo
La matará hundiéndole un cuchillo en el pecho.
Todavía incrédula.
Ella caerá al suelo de espaldas
En la foto del periódico
nosotros veremos el pie delicado
asomar bajo la sábana que tapa su cadáver.
Veremos el otro pie todavía con la sandalia puesta.
Pies tristes. Ya sin dueña que les pinte las uñas.
Pies tristes. A diario.
Contando la misma historia.
Abandonados
Tocamos la noche con las manos
escurriéndonos la oscuridad entre los dedos,
sobándola como la piel de una oveja negra.
Nos hemos abandonado al desamor,
al desgano de vivir colectando horas en el vacío,
en los días que se dejan pasar y se vuelven a repetir,
intrascendentes,
sin huellas, ni sol, ni explosiones radiantes de claridad.
Nos hemos abandonado dolorosamente a la soledad,
sintiendo la necesidad del amor por debajo de las uñas,
el hueco de un sacabocados en el pecho,
el recuerdo y el ruido como dentro de un caracol
que ha vivido ya demasiado en una pecera de ciudad
y apenas si lleva el eco del mar en su laberinto de concha.
¿Cómo volver a recapturar el tiempo?
¿Interponerle el cuerpo fuerte del deseo y la angustia,
hacerlo retroceder acobardado
por nuestra inquebrantable decisión?
Pero… quién sabe si podremos recapturar el momento
que perdimos.
Nadie puede predecir el pasado
cuando ya quizás no somos los mismos,
cuando ya quizás hemos olvidado
el nombre de la calle
donde
alguna vez
pudimos
encontrarnos.
Permanencia
Duro decir:
Te amo,
mira cuánto tiempo, distancia y pretensión
he puesto ante el horror de esa palabra,
esa palabra como serpiente
que viene sin hacer ruido, ronda
y se niega una, dos, tres, cuatro, muchas veces,
ahuyentándola como un mal pensamiento,
una debilidad,
un desliz,
algo que no podemos permitirnos>
-ese temblor primario
que nos acerca al principio del mundo,
al lenguaje elemental del roce o el contacto,
la oscuridad de la caverna,
el hombre y la mujer
lamiéndose el espanto del estruendo-
Reconocer
ante el espejo,
la huella
la ausencia de cuerpos entrelazados hablándose.
Sentir que hay
un amor feliz
enjaulado a punta de razones,
condenado a morir de inanición,
sin darse a nadie más
obseso de un rostro inevitable.
Pasar por dias
de levantar la mano,
formar el gesto del reencuentro y arrepentirse.
No poder con el miedo,
la cobardía,
el temor al sonido de la voz.
Huir como ciervo asustado del propio corazón,
vociferando un nombre en el silencio
y hacer ruido,
llenarse de otras voces,
sólo para seguirnos desgarrando
y aumentar el espanto
de haber perdido el cielo para siempre.
No me arrepiento de nada
Desde la mujer que soy,
a veces me da por contemplar
aquellas que pude haber sido;
las mujeres primorosas,
hacendosas, buenas esposas,
dechado de virtudes,
que deseara mi madre.
No sé por qué
la vida entera he pasado
rebelándome contra ellas.
Odio sus amenazas en mi cuerpo.
La culpa que sus vidas impecables,
por extraño maleficio,
me inspiran.
Reniego de sus buenos oficios;
de los llantos a escondidas del esposo,
del pudor de su desnudez
bajo la planchada y almidonada ropa interior.
Estas mujeres, sin embargo,
me miran desde el interior de los espejos,
levantan su dedo acusador
y, a veces, cedo a sus miradas de reproche
y quiero ganarme la aceptación universal,
ser la “niña buena”, la “mujer decente”
la Gioconda irreprochable.
Sacarme diez en conducta
con el partido, el estado, las amistades,
mi familia, mis hijos y todos los demás seres
que abundantes pueblan este mundo nuestro.
En esta contradicción inevitable
entre lo que debió haber sido y lo que es,
he librado numerosas batallas mortales,
batallas a mordiscos de ellas contra mí
-ellas habitando en mí queriendo ser yo misma-
transgrediendo maternos mandamientos,
desgarro adolorida y a trompicones
a las mujeres internas
que, desde la infancia, me retuercen los ojos
porque no quepo en el molde perfecto de sus sueños,
porque me atrevo a ser esta loca, falible, tierna y vulnerable,
que se enamora como alma en pena
de causas justas, hombres hermosos,
y palabras juguetonas.
Porque, de adulta, me atreví a vivir la niñez vedada,
e hice el amor sobre escritorios
-en horas de oficina-
y rompí lazos inviolables
y me atreví a gozar
el cuerpo sano y sinuoso
con que los genes de todos mis ancestros
me dotaron.
No culpo a nadie. Más bien les agradezco los dones.
No me arrepiento de nada, como dijo la Edith Piaf.
Pero en los pozos oscuros en que me hundo,
cuando, en las mañanas, no más abrir los ojos,
siento las lágrimas pujando;
veo a esas otras mujeres esperando en el vestíbulo,
blandiendo condenas contra mi felicidad.
Impertérritas niñas buenas me circundan
y danzan sus canciones infantiles contra mí
contra esta mujer
hecha y derecha,
plena.
Esta mujer de pechos en pecho
y caderas anchas
que, por mi madre y contra ella,
me gusta ser.
Gioconda Belli (Nicaragua, 1948), escritora nicaragüense que ha cultivado varios géneros, de la novela a la poesía al cuento infantil. En su juventud cursó estudios universitarios de Publicidad y Periodismo en Estados Unidos. Durante la dictadura del general Somoza, su postura opuesta le trajo como consecuencia el exilio para evitar ser encarcelada; sus destinos fueron México y Costa Rica. Su lucha por derrocar al régimen opresivo no terminó ahí, ya que más tarde se unió al Frente Sandinista de Liberación Nacional. Ha publicado los poemarios: Sobre la grama (1972), con la que obtuvo el premio de poesía Mariano Fiallos Gil, Línea de fuego (1978), Truenos y Arco Iris (1982), Amor insurrecto (1984), De la costilla de Eva (1987), El ojo de la mujer (1991) y Apogeo (1997). De sus novelas destacan: La mujer habitada (1988), Sofía de los presagios (1990), Waslala (1996), El pergamino de la seducción (2005), El infinito en la palma de la mano (2008), El país de las mujeres (2010).
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