Vuela Palabra

María Elena Blanco

«Diosas en el exilio» y otros poemas de María Elena Blanco

En el día de hoy quiero compartir cinco poemas de la poeta, ensayista y traductora cubana María Elena Blanco. Estos textos hacen parte de su libro Sobresalto al vacío (MAGO Editores: Santiago de Chile, 2015). Espero que los disfruten mucho.

Marisol Bohórquez Godoy

 

 


DIOSAS EN EXILIO
           
            A Nivaria Tejera, poeta cubana en París, in memoriam.                                             

I
(no pudieron con ella
                                    ni podrán
los ángeles exterminadores
los escribas)
                        voy sesgando el espacio
superpongo a la figura rumbosa
que traza Alechinsky de este barrio
la que fue mía, la excéntrica,

la deseante
            los de aquí conjeturan
¿de dónde será?
                        atlántida o fenicia
distante
            ignora los altares que enciende
conjura una inteligencia andrógina

sigo por esta calle como en trance,
cada paso una dilatada victoria contra el tiempo
o un destiempo feliz
                                    (tal vez entonces ella
hubiese rehuido a la que yo era, tal vez
la que yo era no la hubiera adorado)

cuando llamo a su templo de papiro,
atravieso el jardín en que se libran
mil batallas de plumas y arden rosas
ya transidas de invierno
                                    responde
su voz hueca de cales y humedades

(polos de un magnetismo astral, alientos
del mismo aire ciclónico en claves
de reserva y desgaste)
                                    desde su terciopelo
gris, su raso rojo, entre lienzos
cuarteados o sedosos, la diosa desafiante
ríe a medias, acepta
contemporizar con la ciudad, sorda ya
para siempre al crujir de algodones
en las azoteas azules  

yo vuelvo al cubo albo, me esfumo
ella se recoge en su silencio fértil

(secretamente a veces, muy entrada la noche,
quemo aromas de inciensos
y me rindo a sus pies)

II
otra diosa la sueña en duermevela
y arranca sus propias glosas a la nada

 


LIBRADAS A SU PLACER, KHAJURAHO

                        Templo de Parsvanatha, Khajuraho, Madhya Pradesh, India
                        Serie de tapices La Dame à la licorne, Museo de Cluny, París


Qué mujer no se ha sacado una espina del pie
y arqueadose, desnuda o bajo veladuras
y abalorios, en el amor o el baile o simplemente
al pintarse los ojos frente a un espejo bajo.

Pero estamos en el siglo diez y Hemavati
ha sido violada por un dios, da a luz
a un príncipe en medio de un bosquecillo
alto de palmeras de dátiles, manda erigir
la arquitectura del deseo.

(En el quince otra dama guarda el cuerpo con llave
de terciopelo rojo y secreta su pasión muda
por los cinco orificios en un huerto florido.)

Y estas hembras duras sobre islas airosas
semejan a las chicas del siglo veintiuno
con sus tangas y tetas de silicona.

(O bien son la Dama y soy yo, transidas
de un disfrute heráldico.)

Como sobre la alfombra de índigo
la escena es exterior y el enigma está adentro,
visible sólo con el ojo de atrás, en el hueco
febril del templo forrado en piedra o piel.

Libradas a su placer, las espontáneas
reunidas en ese tiempo de arenisca
dan un sobresalto al vacío.



RÍO PARA TODO, VARANASI

                        J’ai plus de souvenirs que si j’avais mille ans…
                                    Charles Baudelaire, Spleen

Aquí uno envejece en veinticuatro horas.

El aire es una pólvora de aromas y ceniza
que hurga en las arrugas y el más mínimo
gesto bascula la balanza del karma.
En esta misma agua se lavan y se queman
los cuerpos chocolate amargo
drapeados de azafrán o turquesa
o flota un sari rojo salvado de la pira
que será convenientemente
repescado, aunque mal visto.
Siete gurús agotan el crepúsculo
con rituales de fuego, desde el alba
los yoguis aprendices se paran de cabeza
en las gradas y un swami iluminado
avienta su plegaria muda urbi et orbi.
Todos los colores y licores fluyen en picada
hacia el Ganges. Un toro callejero
recibe a su corte en un tinglado
y el toro volador de Shiva impera en los altares.
Catervas de turistas por cierto palidecen
hasta desaparecer entre espiritualidades
recias versadas en la nada. Difícil,
muy difícil separar en Varanasi
el humo de las sombras,
el vacío del horror al vacío.



TEMPLO DE CHAMUNDI, MYSORE


Los monos me consuelan del toro que no vi
más abajo, al pie de escalinatas para pecadores.
A cambio, el rickshaw me arrastró hasta lo alto
mientras el sol se despeñaba en gloria, difuminado
por el smog. La diosa no dignose aparecer,
sólo intocables sirvientes la cortejan
en medio de una cocinería de rosas, pasta
de pétalos molidos, crema de cardamomo,
en los bajos fondos de su sancta sanctorum.
Los mortales, surfeando corredores, divisamos
mesas de piedra, bacinicas, lavabos teñidos
de amarillo y granate, pacíficos teocalis
donde desmenuzan flores en vez de corazones.
A Chamundi, que celebraba cumpleaños,
iban a verla hasta las vacas. Una se subió
al autobús, donde la foto de la venerada
colgaba entre guirnaldas de caléndulas
y el chofer se esmeraba por hacernos morir.
¿Qué encontraríamos en el cielo superpoblado
de Chamundi? Quizá el leve, liso, indemne,
incorruptible secreto del vacío.



PALACIO DE LOS VIENTOS, JAIPUR

                                    Hawa Mahal (1799)


El presunto palacio es un pasillo inhóspito,
un ala remota del harén hueca por dentro y una
piramidal cola de pavo real (macho) por fuera:
abanico calado con novecientas cincuenta y tres
ventanas polícromas para crear corriente de aire.
Pero la verdadera ventolera era el crujir de sedas,
el correr de pasos subiendo rampas de alabastro
en pos de un ventanuco libre para llorar en paz
o fantasear, recostar la frente o frotar los pechos
contra la fina celosía de sándalo y ante el vacío
confesarse deseantes –ese era el ventarrón:
las veintisiete esposas implorando a Krishna
larga vida para el maharajá, no fuesen a tener
que hacerse sati (puras) en la pira con pelos
y señales de amor eterno y perder la ventaja
de que no faltaría agua del Ganges para sacarse
de los ojos el kohl y de la piel el polvo de óxido
rosa del Rajastán. Y ahora la ventisca mental:
verse gozar y darse a ver al azar tras panales
de vidrio y arenisca, verse dándose a ver a esa
o aquel pasante (y no ver sin ser vistas), sus
labios y pezones irguiéndose a través de
filigranas de nácar. Esa era su hora y media
de diaria vendetta antes de obedecer al llamado
de otro perfecto extraño a la cámara nupcial.

Cuando admires la fachada del Hawa Mahal
no repares en el cuento trillado del viento, busca
en esa oquedad el cuerpo erotizado, el jadeo.


María Elena Blanco (Cuba). Poeta, ensayista y traductora. Posgrados en literatura francesa (París) y literatura latinoamericana y española (Nueva York). Traductora/revisora de las Naciones Unidas desde 1983, actualmente freelance. Poesía: Posesión por pérdida (1990); Corazón sobre la tierra/tierra en los Ojos (1998); Alquímica memoria (2001); Mitologuías. Homenaje a Matta (2001); danubiomediterráneo (2005); El amor incontable (2008); Sobresalto al vacío (2015); Escrito en lenguas (2015); Oro vano (2018); y las antologías Botín (2016) y De parte de nadie (2016), entre otros. Ensayo: Asedios al texto literario (1999); Devoraciones. Ensayos de período especial (2016). Traducción literaria: del francés: Charles Baudelaire, Las flores del mal (con rima y métrica, 2021); del alemán: Marie-Thérèse Kerschbaumer, Nueve elegías (2004) y Gerhard Kofler, Al filo de los días (1998), entre otras. Reside en Viena (Austria), con estadías en Chile.

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