Leeremos cinco poemas de María Tabares. Poeta y narradora egresada de la Escuela de Escritores de México, SOGEM. Ha formado parte de talleres de poesía, narrativa, dramaturgia y guion en España y México, y ha sido publicada en revistas y antologías en Colombia, Ecuador, México, Brasil, Argentina y Francia.
Ha publicado Y cae y suena y nos invade, Colombia (2010); Álulas, Ecuador (2014); Sinfonía, de mi sangre nacerán pájaros, México (2017), Al filo del mundo, Colombia (2019), y Oración Atea, Colombia (2020).
Ha recibido numerosos reconocimientos por su escritura. Actualmente es co-editora del fanzine La trenza sobre poesía y ensayo escrito por mujeres en Colombia y de la colección Respirando el verano, poesía y literatura, editorial Domingo Atrasado.
Los que llegan
Frente a Creta
frente a Libia
y tantas otras orillas
hombres mujeres y niños
son arrojados a la playa
con la boca espumada
y el cabello arrastrando
conchas,
palos, algas.
Tristísimos llegan
siempre
sin poder llegar.
Son cientos,
miles,
tienen el rostro lívido,
puñados de sal entre la boca
y la mirada hueca comida por los pájaros.
Lo inesperado
Así como se desborda una luz represada
a través de un filo
sucede
de forma misteriosa y rotunda
el derrumbamiento de lo bello,
el asesinato del amor.
La muerte antes de que exista,
cuando todavía el dolor es posible.
Hablo del cuerpo
como un barco sin ancla
un abismo entre dos muros
una porción de tierra
una piedra que abraza el aire.
Un animal.
Arena dentro de arena.
Un otro
un yo
que pasa se aleja.
Si no llegase la luz
y el pescado
sobre el mesón se pudriera
sin cocerse
y la calamidad se viniera
montaña abajo
hasta asentarse en nuestra
esquina protegida del alma
si se hiciera de noche
aún siendo día
jamás nunca amaneciera
y el mundo
las plantas
tu rostro
se volvieran gris
y gris
y humo
y yo despareciera
entre la niebla.
Es imperativo rescatarse de lo frío
y la insensibilidad que deja la herida.
Ordenarle a la carne ser de nuevo
barro modelable entre las manos
soplarse como Dios el rostro
y darse vida.
Exigirle a la rosa de sangre
abrirse otra vez
dejar libre sus aguas y que fluya
el río.
Ver nacer
como si fueran ramas de un árbol
las piernas
y así hacia delante el camino.
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