En el día de hoy comparto con ustedes una selección de poemas de Lizeth Barón Ruiz, Licenciada en Idiomas Modernos, nacida en Tunja, Boyacá (Colombia). En la actualidad cursa una maestría en literatura; dibuja, pinta y, ocasionalmente, escribe. Sus poemas han despertado mi atención porque me parece que la escritora sabe aprovechar cada experiencia suya para formularse preguntas fundamentales, ya sea en torno al amor por una pareja, al terror que nos puede causar nuestra propia persona, o la manera como los seres humanos “Profanamos la savia ancestral que fluye […] por el mundo.” Todas sus metáforas conducen a reflexiones metafísicas, y Barón sabe elegir la palabra justa para atrapar al lector.
6 de mayo
Tú, desconocido y esquivo
despidiéndote de un camino
donde imagino fuiste feliz;
Yo, persiguiendo el silencio en la madrugada;
¿Intentas acoplarte a mí? Dijiste,
No, es el desespero que me habita,
el que veo en las penumbras de esa casa vieja,
en el olor espeso de las termales;
es el insomnio que me adormece ante la belleza
de la piedra blanca que señalas,
de la vaca que miras deseando calma;
es la insatisfacción, el cansancio y mi “eterno sufrir”.
Todo eso te oculté,
en el ruido de mis pies a tu alrededor
en mis manos hambrientas por sentir la lluvia.
Era un muerto jugando a la vida,
al igual que tú y el resto del mundo,
deseando engañar a la nada,
en la cacería absurda de un placer insípido.
Frontis hueco II
Recuerdo aquel ser,
a esa cosa mutable
adiestrada para la ocasión y el lugar,
esa, a veces cercana
y a la vez extraña.
Por años me retuvo
entre surcos y muecas
bajo un armazón de carne y maquillaje,
pero un día se cansó
y solo se quebró:
primero los ojos,
luego la nariz,
por último, los labios.
Soy el espíritu sangrante,
vagabundo y cansado;
el engendro vergonzoso
que nadie quiere ver
escondido en un rostro, ahora, un frontis hueco.
Anhelo nocturno
Veo como cae sobre mí,
grano a grano, cegando mis ojos,
cubriéndome, hasta borrar mi rastro.
Acaricio el frío de la tierra bajo mis manos,
soñando con el canto de los ángeles
y el arrullo del silbido de los árboles.
Todo se desvanece
El tiempo, la angustia, el orgullo…
¡No queda nada!
Este es mi anhelo nocturno,
el de fundirme en las entrañas de la tierra,
el de extinguirme en el sopor de la inexistencia.
Evasión
Recuerdos perdidos entre licor y lágrimas:
caras, promesas, viejas pasiones.
Pasan los años
y aún no olvido aquella expresión,
la tuya, tras el vidrio opaco.
Tus ojos cerrados,
que jamás me verán como tú lo hacías;
esa boca rígida,
incapaz de contar tus historias.
Tras ese vidrio turbio
Se fue mi poca fe,
mi cordura,
mis esperanzas de caminar juntos.
No sé si existe el más allá,
lo que verán tus ojos,
o sentirán tus manos.
A veces te escucho en mis sueños
y siento tu suave caricia,
aunque huya de mí en la mentira del placer,
sigo viendo tu dolor,
tu última mirada, inmóvil y preocupada,
tu despedida oculta en suspiros incesantes.
Armonía y disonancia.
El cielo suspira por su muerte silenciosa,
sus lágrimas ensombrecen los bosques.
Un susurro tóxico palpita en el aire,
acariciando sus cuerpos, sepultando sus zumbidos.
Las abejas mueren, mientras el cielo llora.
El fuego de la vida se posaba entre sus alas,
De sus patas florecían los aromas,
la belleza y el fulgor de nuestra madre.
El espíritu de la tierra corría por sus cuerpos,
su anónimo vuelo germinaba los campos.
Profanamos la savia ancestral
que fluye, latente por el mundo.
Somos la armonía y disonancia,
la conciencia y la entropía
de este ser agonizante.
El fuego de la vida se esfuma en el olvido.
Las abejas mueren, mientras el cielo llora.
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