Hoy tengo el placer de presentar una selección de cinco poemas de Henry Alexander Gómez, en los cuales el autor aborda una amplia gama de temas. Los dos primeros textos exploran la experiencia de los soldados en situaciones de conflicto, revelando sus emociones y la camaradería que surge en medio de la guerra. Por otro lado, en los poemas «Roberto Juarroz» y «Arqueología,» Gómez destaca la palabra como una reliquia antigua que desempeña un papel fundamental en la historia, al tiempo que examina la complejidad del lenguaje y su capacidad para expresar la soledad humana.
Finalmente, quiero destacar «Casa giratoria,» un poema en prosa que toma su inspiración de una obra del pintor Paul Klee. En esta creación, Gómez explora temas abstractos al utilizar la luz y el fuego como elementos que conectan a la humanidad a lo largo del tiempo, siguiendo el enfoque experimental de Klee. El poeta logra con delicadeza plasmar con palabras el sentimiento que el artista alemán expresó a través del pincel. La poesía de Gómez se destaca por su profundidad, brindando al lector un amplio sendero que estimula la imaginación. Espero que disfruten la lectura.
Primer día
Una suerte de poema ciego ardía
a nuestras espaldas.
Cada pequeño niño
era pasado por la máquina y la bota militar
para dejarlo hecho un hombre capaz de arrancarle
el sudor a la noche con su aliento.
El aire quieto del batallón nos respiraba
por la comisura de los labios.
El capitán cosió en nuestras muñecas
las raspaduras de la guerra,
nos ató los tobillos
con el grito del guerrillero dado de baja.
El salto de la liebre fue la gran partitura.
Corrimos por la Plaza de Armas
como quien intenta susurrarle un secreto
al oído del viento,
lloramos en el campo de tiro,
en medio de una risa sideral.
El peso del fusil entonó toda rendición.
Nada termina por crecer en esta tierra,
ni siquiera el silencio y sus pesadillas.
Cada soldado llevaba
un huevo negro en la palma de su mano.
Augurio
El agua florecía en el corazón del muerto
y anunciaba la próxima derrota.
Nos habituamos a contar profetas abatidos en combate.
Las mil estaciones de la lluvia se expandían
por el alojamiento de la Compañía Ayacucho y,
en medio de una quietud solapada,
jugaban una ruleta rusa
que medía la delgadez de cada soldado.
Padilla se pegó un tiro en la garita Cuatro Vientos,
mirando la fotografía de una mujer
de quien no recordaba el nombre.
En cambio Jiménez murió de un navajazo en el cuello
por gritar el nombre de una prostituta
en un burdel del barrio Siete de Agosto.
Arévalo, jugando a imitar a Sylvester Stallone,
soltando balas de cañón como semillas de trigo en la siega,
le disparó sin querer al lanza Gutiérrez del que sólo quedó
un par de audífonos que tronaban
el Imaginations from the Other Side de la agrupación
Blind Guardian.
Luego del estallido de una bala de salva
en el rostro del soldado Martínez,
lo que le dejó un ojo inservible, comprendimos
el arte de las cartas puestas sobre la mesa,
la quiromántica lectura del universo que bailaba
sobre nuestros cascos de guerra.
La noche mostró sus dientes
y un lienzo de tierra
nos bautizó con un aire leproso
de polainas incendiadas.
Entonces,
nos acomodamos cada uno en su catre
e intercambiábamos guijarros, migajas de pan, silencios.
Todo, para no estar solos.
ROBERTO JUARROZ
He abierto la palabra amor
y, adentro, encuentro otras palabras
que no dejan de mirarme fijamente.
Escojo una de ellas,
le hago también un orificio,
para ver más adentro en el lenguaje,
y allí encuentro una palabra
que se parece al corazón del mundo.
En medio de las dos mitades del lenguaje,
sobre la línea que separa el comienzo y el final,
comprendo que un vocablo,
más profundo
que el abismo de Dios, nos sostiene.
Todo lenguaje se contiene a sí mismo,
como toda palabra que decimos o callamos,
lleva adentro la soledad del hombre.
Arqueología
Enterrar una palabra,
esconder su tumba entre las piedras.
Desenterrarla después de muchos años,
quitarle la tierra endurecida,
los restos de polvo,
el óxido,
hasta que brille como una antigua reliquia.
Colocarla en medio de la página en blanco
y estudiar su antigüedad, interpretar su pasado,
descifrar el color original,
establecer su importante papel en la historia.
Incluso admirar su dignidad de estrella olvidada.
Casa giratoria
Paul Klee / Madrid, Museo Thyssen-Bornemisz
Le jalé una hebra a un pedazo de la noche y la cubrí con un poco de cera. Mis manos moldearon una vela que alumbró la habitación. Miré la llama por horas y logré entender el reflejo de su luz en la pupila de cada hombre o mujer que alguna vez ha encendido un fuego; supe también cómo la llama me observaba.
Esa flama, esa gota de estrella que me abraza con mi yo primitivo, es un ringlete que rueda por el tiempo, una veleta de fuego movida por el corazón de todos los hombres.
Henry Alexander Gómez / Bogotá, Colombia, 1982. Poeta. Magister en Creación Literaria de la Universidad Central y Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Entre otros, recibió el Premio Casa de Poesía Silva, el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado y el Premio Internacional de Poesía José Verón de España. Algunos de sus libros son Memorial del árbol (2013), Diabolus in música (2014) y La noche apenas respiraba (2018, mención honorífica del Certamen Internacional Sor Juana Inés de la Cruz). En 2021 recibió el Premio Internacional de Cuento Juan Ruiz de Torres por el libro Cuentos para hundir un submarino, y en el 2022 fue galardonado con el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández-Comunidad Valenciana de España por su poemario La Torre de los Caballos Azules. Es cofundador de la revista La raíz invertida.
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