Leeremos “Canción de Francesca y Paolo” y otros poemas de Julio César Bustos, poeta, autor de los libros El Jardín de Mantillo, La Romería del Rocío, Los Abatidos de Barlovento, Voces Silenciosas, Amores, Bustos y Rimas, PQNSC y Tríptica de Bacatá, libro quel reúne sus tres primeros poemarios. También es el creador y director de la la Colección Anverso, la cual publica libros de poesía bilingüe. Además es gestor cultural y realizador de eventos literarios como Encuentros Hispanocríticos, Encuentros Literarios, Semana de Poesía Central, Poeta di Paso, La Noche de San Jorge, Café Poema y el Festival Rionegro de Letras.
Canción de Francesca y Paolo
………………………………………………….Andante ma non troppo para dos voces
Si alguna vez, dije, amor
Y no supe, callar,
Escuchar, el viento, pasar,
Pintar, del sol, su calor.
Si alguna vez, dije, amor
Y me puse, a cantar
Olas, melodías, a la mar:
Dulce, almendro, en flor.
Si alguna voz, dijo: “Amad.
Llenad las copas de fulgor
Y a los cielos elevad
Cánticos multicolor”.
Amado, amada, mío, mía, perdonad:
Sois la fuente de mi error.
(Poema de Amores)
De lo que al amanecer hacen los dioses
Y al amanecer…
Y al amanecer se continúa el camino.
Por entre aquellos andurriales,
cada una de sus esencias,
se amalgaman,
urdiendo,
como antiguos trágicos,
el teatro de la vida.
Dónde se inició el camino
Dónde se ha de terminar
Acaso importa que nuestros cuerpos
tornen a ser una parda ceniza.
No preguntéis.
Continúa mordiendo los dedos del tiempo.
Si perdido, como vais,
por entre aquellos andurriales,
os es dado encontrar una piedra en el camino,
hazla digna de fe.
Nada más se puede hacer.
O, acaso no veis
cómo aún,
al alba,
los dioses sacian su sed
bebiendo
del rocío de las montañas
(Poema de La Romería del Rocío)
La Peña Blanca
…………………………………….A mis sagrados ascendientes
Alguna vez hablé de las montañas
Pero de las montañas de la infancia
Las montañas de mis padres de mis abuelos
Las montañas que atravesaron
Con mulas cargadas con baúles
Con baúles cargados de esperanza
No sé si huían o buscaban
Tal vez la vida ya por aquellos días
Era un constante buscar una huida
Una ventana por donde respirar
Por donde asomar la testa a las estrellas
«Dios ha muerto» decían los hombres
Lo anunció en una tarde
En medio de la Plaza Mayor de Teogenia
La boca sin dientes de un apóstata que tenía la palabra
Los demás los que escuchaban
La propagaron por el puerto
Tal como lo hicieran las ratas
Con la peste bubónica
Que arribara de tarde a Messina
Los míos sin embargo
Tenían sus baúles bien cargados de esperanza
Partieron no hacia el mar sino hacia las montañas
El mar el antiguo tránsito de los dioses no era ya su camino
Por el mar llegaron los antepasados
Trashumar las montañas era ahora el destino
Por esto algunas veces hablo
De las montañas de la infancia
De las montañas que abandonaron mis padres
Que abandonamos sus hijos
De las montañas adonde llegaron las palabras del hombre
Inevitable el graznido monótono
Salido de la tumba yerta
Donde habitan las cenizas frías
Que mantienen a un dios moribundo
En un baúl abandonado
En la solitaria casa de los abuelos
En medio de la Peña Blanca
Se preservan las huellas de un abatido prestigio
Por esto les hablo de las montañas
De las montañas de mis padres de mis abuelos
De las montañas de la infancia
Donde se conservan abandonadas
Las semillas en el olvido.
(Poema de El Jardín de Mantillo)
En las tierras de Sarak
Desde la cumbre de la montaña de Pietrov
contemplo el polvo que riega por los caminos,
con su chubasco de arena y olvido,
la caravana de hombres que huyeran
de las tierras oscuras en busca de la luz.
Marcho tras ella.
Días de camino me separan de su estela
hecha de polvo y miseria.
Esto aún no lo sé. Viajo solo.
Mis horas de descanso son breves:
busco llegar a ella antes que se dé inicio
a las fiestas religiosas.
¡La embriaguez que ofrecen los dioses
es una fuente inagotable para los hombres!
Marcho tras ella.
Me atrasé buscando de manera inútil,
la compañía de una mujer de senos abundantes
que encontrara dando pecho en las tierras de Sarak.
Prefirió continuar amamantando
las crías de un rebaño de lobos deformes y mutilados.
«En ellos veo la esperanza»,
me dijo mirando hacia el horizonte
por donde días atrás se había perdido la caravana.
Marcho tras ella.
Mi única compañía es el silencio
y el caluroso recuerdo de los senos de la mujer
que encontrara dando pecho en las tierras de Sarak.
¡Tal vez los dioses no lleguen a perdonar mi idolatría!
Estaba cansado de la humedad de las montañas.
Con aquellos días, ocultos siempre,
bajo una espesa tiniebla, buena para fieras,
el frío, desperezándose, penetraba por mis fosas,
tomando su alimento de mis huesos.
Tras varios días de marcha, con poco descanso,
he alcanzado la caravana.
Marché tras ella.
Mi rostro ha sido olvidado
por cada uno de sus miembros.
Todos me miran como un extraño
que ha venido a sembrar la herejía.
¡Y yo, que siempre he sabido gozar,
como las sagradas leyes mandan,
ferviente y devoto, con el festín de los dioses!
Me recojo en el silencio,
el esfuerzo del viaje ha sido impagable.
No detengo el ritmo de mis pasos y,
aunque marche adelante,
que no se diga que he abandonado a los dioses:
tan sólo he sabido guardar silencio.
La algarabía de la caravana ya no la escuchan mis oídos;
sigo adelante, y que los dioses me sepan perdonar,
pero algún día descansaré junto a los lobos,
junto a la mujer de senos abundantes
que encontrara dando pecho en las tierras de Sarak.
Marcho tras ella.
(Poema de La Romería del Rocío)
Como ecos
Un sonido
A piedra trabajada
Por las aguas
Circula en el jardín.
Flores de romero
Giran sobre las aguas
Tranquilas
De un pozo sellado
A la vida.
El silencio
Está en su reino
Reptando
Como sabia
Culebra
Sin tiempo.
No hay memoria
Menos aún recuerdo
Nada se dice.
Tan sólo el sonido
A piedra trabajada por el olvido
Y esas flores de romero
Girando sin cesar
Sobre el sereno
Círculo de las aguas
Hablan de algo que fue
De una presencia
Que desde el fondo
Mismo del jardín
Dice algo de ti.
Un nombre
Se escucha nombrar
Luego todo retorna al silencio.
Flor y piedra
Como ecos
Que se desvanecen
Y aparecen
En el fondo
Y desde el fondo
Mismo del mar.
(Poema de Los Abatidos de Barlovento)
***La fotografía del autor es de Marcela Sánchez – Mara.
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