Vuela Palabra

Astrid Arbildo-VP

Archipiélago de ASTRID ARBILDO

Desde mi primera lectura del poema “Archipiélago” de Astrid Arbildo quedé atravesada por la potencia de sus palabras. En particular me impactó mucho que el texto revele imágenes tan crudas que se remontan a una historia protagonizada por mujeres: el incendio en la fábrica neoyorkina Triangle Shirtwaist, el cual ocurrió en el año 1911; una época donde la mujer ni siquiera gozaba aún del derecho al voto. Y allí, en aquel funesto día, “123 descamisadas”, como las llama Arbildo, perdieron la vida. En su gran mayoría mujeres muy jóvenes. Aquel suceso, pese a lo doloroso, marcó grandes cambios, ya que se formó un importante sindicato que lucharía por mejorar las condiciones laborales para la mujer. Y, aunque este evento no es el único protagonista de este conmovedor poema,  ha sido, para mí, la cintilla de luz que me llevó a reconocer esa capacidad que posee la escritora de llegar a la profundidad del valor que tiene la mujer. Arbildo parece aprovechar cada retazo de historia real o ficticia para trasladarlo al poema con versos que emergen desde sus entrañas: “me duelen en las sienes los ojos desorbitados de las niñas”. Por otro lado, nos revela al ser humano, sin importar su género, bajo esa dualidad que nos envuelve a todos; la misma que refleja mediante la metáfora de Gregorio Samsa, quien “se acuesta humano,/ [y] despierta con ocho patas”. Así, la escritora arequipeña, conduce al lector por un viaje a diversas islas que conforman ese gran archipiélago de donde solo podemos salir llenos de incertidumbre, como ella misma nos lo advierte. 

Los invito entonces a disfrutar de este poema que, bajo el consenso del equipo editorial de la revista, ha sido merecedor de una mención de honor en la I Convocatoria Internacional de Poesía-Vuela Palabra.

Marisol Bohórquez Godoy

 




ARCHIPIÉLAGO

 


BREVE EXPLICACIÓN PARA EL VIAJERO DESOCUPADO QUE SE ATREVA A RECORRER ESTAS PEQUEÑAS ISLAS
Este documento está compuesto de ideas insulares rodeadas por un mar de incertidumbre. Corresponde al viajero decidir por dónde empieza.

 

 



Hombres y mujeres lloran.
Sus lágrimas no consiguen apagar el fuego que consume un edificio gris que fue impactado por un F-35.
Un justo paga las cuentas pendientes de otros,
su cuerpo salda una deuda,
la vida que se escapa de su cráneo es el costo de una guerra,
cuando muera, ¿quedará en pie la justicia?
         El rojo incandescente avanza de arriba hacia abajo devorando el gris.
                          Todo arde hasta convertirse en negro escombro.
Ahora nos toca marchar con el hocico pegado a la tierra.
Alguien canta en la Triangle Shirtwaist y un coro de 123 descamisadas hace segundas voces,
decenas de gemidos hacen fila la puerta de un bar neoyorquino, justo antes de desatarse una tormenta en el verano
y un maullido tímido se escucha entre las multitudes que contemplan un muro agonizante.
El orden que debiera salvarnos nos arrea.
Gregorio Samsa vuelve del trabajo, se acuesta humano, despierta
con ocho patas, palpa el marrón oscuro de su abdomen, deviene escarabajo, ve emerger humanidad.
No                       todo                     lo                   bueno               es               humano.
Ni           todo     lo           humano     es               bueno.
En medio del océano aparece el Leviatán, la noche es de acero.

Alguien me grita: ¡Doblégalo!
Lo arrastro de la lengua con el anzuelo incrustado en ella. Mi trabajo está hecho, ha sido vencida la gran serpiente marina y han desaparecido los miedos frontera.
Liberarse del sometimiento máquina, devenir animal.

En el cauce del río Hambre: wenn du mich siehst, dann weine[1] tallado en la piedra con el llanto entraña.
No tengo convicción por el ayuno,
me duelen en las sienes los ojos desorbitados de las niñas.
Nado entre ataúdes que cruzan océanos, pero nunca tocan puerto.
Pierdo la cordura que me queda
cuando me sobrecoge el asma de los niños viajeros.
Me declaro disidente de la razón en migajas
que levanta muros sobre los pies de los descalzos.
No creo en los emisarios de la abundancia culposa
que ponen paños fríos en el desierto.
Es imposible bajar la fiebre sin atacar la infección.
Ahora comprendo que el silencio no existe,
cuando todo calla sobrevive el ruido arena.

[1] Traducido del alemán: Si me ves, llora

 

Astrid Arbildo (1994). Arequipeña nacida un lunes de diciembre. Bachiller en Derecho por la Universidad Nacional de San Agustín (2018), peregrina feminista y docente de vocación. Embajadora Joven seleccionada por el Departamento de Juventud del Consejo de Europa para el Foro Mundial de la Democracia en Estrasburgo, Francia (2016). Profesional del Programa de Liderazgo de Enseña Perú (2018-2019). Cofundadora del voluntariado Violeta, Escuadrón Feminista que brinda información y orientación legal gratuita a sobrevivientes de violencia de género (2020). Primer Puesto en la categoría cuento del Concurso de Arte “Amor y Respeto” de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa (2017). Finalista en el I Concurso de Poesía “Rosa Butler” convocado por el Ateneo Literario de Artes y Ciencias de Puerto Real de España (2021). Lectora contumaz de Gioconda Belli, militante de las causas perdidas, apologista de Patti Smith y Violeta Parra.



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