Leeremos “Sólo queda lo que arde” y otros poemas de Rafael Martín Calvo. Nació en 1978 en Lucena (Córdoba, España). Licenciado en Traducción e Interpretación por la Universidad de Granada (2001). Reside desde 2010 en Letonia, donde compagina el trabajo de profesor de español en la Universidad de Ventspils con estudios de doctorado en lingüística contrastiva. Aparte de varias publicaciones de tipo académico, publicó en 2003 el poemario de repente, mineral (Grupo editorial A cero). Su libro Rudimentos para un espacio interior (Diputación de Granada, 2021) ha sido recientemente galardonado con el XXXVI Premio Andaluz de Poesía “Villa de Peligros”. Colabora con el centro Latvian Literature en la difusión de poesía y narrativa letona, habiendo traducido la novela Leche Materna (Vaso Roto, 2021).
La presente selección corresponde a poemas extraídos del libro Rudimentos para un espacio interior (Diputación de Granada, 2021), ganador del XXXVI Premio Andaluz de Poesía “Villa de Peligros”
Sólo queda lo que arde
I.
Sólo queda lo que arde.
Es la luz una deriva, oscura orilla de pinos en amanecer sostenido. No es aún el día imposible.
La realidad es muda y calla. Prolonga obstinadamente su silencio. Lo real impone su consistencia: se ausenta y lo ocupa todo.
El tiempo en abandono, no sucedido aún, es arcano, es eco creciente. Los lugares no son, o son tantos que devienen imposibles.
II.
En mí no habla nadie: toda luz me lee y lee el espacio de mi cuerpo. Así es dormir en el cuerpo del eco: escuchar.
Queda inconcluso y brillante el jirón, la astilla, el recuerdo: no hay aquí a quien decir estas palabras.
Sostenido en la austeridad de una isla, así el lento retiro de mi cuerpo, forma neutra de arder en la estancia.
III.
Un nervio, un aliento, eso trae la madrugada.
Destellos: oscuras grafías de lo reciente, lo que busca su lugar.
En silencio se quiebra y nace abierto el margen que impone silencio. Asciende un murmullo cerrado: el ruido de la tiniebla al descubierto, de la circunstancia en suspenso.
Quiere abrirse el sol y duplicar su bruma. Quiere llamar por su nombre a las horas el aire que es espía de los animales. Quiere lo oscuro alcanzar su fondo.
Escritura más
I.
Consuelo son
los tiempos pospuestos
de este relato.
No sobra nada y
cuanto cabe queda
endurecido al decir
su parecer.
Hablemos contra el hueso
de lo incierto
contra los filamentos
más descarnados
del tiempo
Porque hacer avanza
y esperar no duele.
II.
Hora del regreso: fue larga
la caminata.
Con una imagen, semilla. Tan cerca
crece con descuido la hierba
escueta sin símbolos verde.
Escritura
en blanco ahora.
Con un equilibrio
deshacer otro pero escritura.
Hubo un amago de lluvia
también enjambres de insectos
ralentizados
por bajas presiones.
Eclipse.
Elipsis.
Escritura más.
III.
Respirar
en trazo continuo
sin desaliento
una y otra vez ejercicio.
Avanza la espera
estrato a estrato una luz
se abre
un pulmón
a la intemperie acaso
una verdad.
La voz no extingue
No es enemigo lo que no
es yo es hueco que no ocupo
como un piélago.
La voz abre
alas de pájaro inclasificable
(sea pardo el color, ese detalle)
la voz no extingue
pero apacigua y atrae.
Se busca un aire
que dé aliento y ponga remedio.
Nos encontramos
a medio camino entre margen
y duna surco y piedra.
Escucha del frío
I.
Es ancho el reverbero
de cuanto se agita en derredor.
Busco recogerme
pero se imponen alabardas de luz
y la rudeza de los insectos
y toda una caterva de espacios
a la vez vacíos y desaforados.
Nada dice ya el cuerpo
anudado en las paredes,
vuelto a desanudar y consumido
de amarillas esquirlas de cansancio.
II.
Grueso atardecer en este silencio
sin rostro, cerrado de luto,
quizá en movimiento.
No todo será fijar su frío,
su pasiva apariencia.
No, no todo será aguardar
su acercamiento, acatar su ley,
sino también alcanzar hasta su raíz
y consumirla, aspirar al instante
de humedad y relámpago.
III.
Sostenerme aún
junto a la migración de horas
y doblar su parábola.
Plegarme a la inclinación de la noche,
a la escucha del frío.
Desecho de este cuerpo,
de sus fugaces atributos,
recogerme como las estaciones,
desaparecer en la escucha.
Pero si penetro en ella
es cuajado de duda e ira,
corrido y duro como una muralla.
IV.
No hablo,
o hablo no para mí.
Y esa lejanía es voraz
e insumisa.
No dicen nada estas palabras
de la crudeza del insomnio.
Emigra una noche toda cifras
y yo sólo digo que no estoy:
sujeto a un vacío de años,
sólo eso queda por decir.
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Preciosa poesía