Vuela Palabra

Elena Marqués

Residencia en la Tierra y otros poemas: Elena Marqués

Presentamos una selección de poemas inéditos de Elena Marqués, filóloga hispánica, máster en Estudios Avanzados de Literatura Española e Hispanoamericana, es correctora de textos. Como escritora ha ganado, entre otros, el III Premio de Relato Corto «Paso del Estrecho»; el V Concurso de Relatos Cortos Ciudad de Huesca; el V Certamen Literario del Agua; el XXVII Certamen Literario «Villa de Navia» y el XX Certamen de Relatos de la Fundación Gaceta. Autora de las novelas El último discurso del general Santibáñez, Versos perversos en la cubierta azul del Mato Grosso, El largo camino de tus piernas, Año sabático y El juego de la invención; de los libros de relatos La nave de los locos y Distintas formas de ir a la deriva, se ha atrevido con la poesía (Lo sublime y el frío, Premio Álvaro de Tarfe) y el microteatro. Fue finalista en el XXI Premio de Novela Fernando Lara y ha sido jurado en distintos concursos literarios.


 

 

Residencia en la Tierra


hablar de la necesidad como se habla en las aldeas
de todas las cosas pequeñas que se pueden envolver con cuidado en un pañuelo.
Juan Carlos Mestre

 


Es aquí donde vivo,
este minúsculo roto en la galaxia donde el manzano pugna por tener su lugar
y laten las estrellas en lo oscuro con las manos cortadas por la duda de Dios.

Es aquí donde sueño,
donde el pájaro confiesa sus arcanos con la sencillez de quien descifra
la sístole del agua;
donde quizás mastico la quimera
creadora de Altazor
con su paracaídas sideral y su equinoccio
para explicarlo todo con lucidez y frío.
(Desde esa altura, vigilo la proeza del heno,
la trampa silenciosa del bramante,
la libre carcajada de los que se cobran
la mordedura de sal en los acantilados,
la consunción del río, la selva en su rojo crepitar,
la belleza del ángel caído que vendrá a aterirnos los ojos.)

Es aquí donde muero,
donde condeno el paso de los hombres y lo que causan cada vez que emprenden su viaje
y se desdicen de su amor
y se preguntan,
en la intemperie que erigen,
«¿es que acaso no soy el dueño del mundo y sus heridas?».




Mortalidad

¿Cómo explicar con la truncada lengua esta aurora mortal?
¿Cómo descerrajar pisadas sobre la arena tibia del despeñadero,
sobre esta patria leve que se esfuma,
gota
a
gota,
por la cerviz secreta e insaciable de un reloj infinito?
¿Cómo narrar el acto del nacer y su ascendente caída, con sus destellos y su razonable
……………………………………………………….[
ceguera para que no cunda el desánimo;
con sus flores regaladas y sus nubes henchidas como la ropa en los tendales del aire?
¿Cómo seguir, en este soliloquio mundanal, en este destierro entre los espejos,
con una fe prestada, frágil como las corolas fatales de las alevillas?
¿Cómo confirmar los recuerdos agolpados, la evocación de nuestras invenciones fabulosas
reconstruidas con la condena de la remembranza, voluntariosa y falaz?
¿Cómo han de ser pronunciados en la laringe rota del desasosiego?
¿Cómo es, en verdad, la truncada lengua con la que quiero contarme, y contaros, y
……………………………………………………….[
permanecer a flote
en esta nieve que cae joyceanamente sobre los vivos y sobre los muertos,
sobre el mar que todo lo vigila, domesticado en los cuadros de Turner;
sobre el mar que conserva, en su seno memorioso, la nacarada y maldita y mortal semilla
……………………………………………………….[de una Venus de piedra?




Apocalipsis

Si al expirar el día y el camino solo existiera el barro
y pudieran de nuevo modelarse los hombres
y las cráteras para mezclar el agua
y las uvas y el convite.
Si ordenara la voz de Dios
cielos y tierra,
como se parte el pan con los amigos,
y creara la solidez del aguacero y convocara el mar, sencillo y raro,
y la red de afluentes en el costado abierto del paisaje
con sus dúctiles peces y sus juncos veloces.
Si brotara la luz, la urgente luz salvaje para la cosecha,
y si el maíz remoto y la cebada próxima
convirtieran el corazón en pajarera rubia o férreo nido;
si crecieran los prístinos manzanos, las benéficas sierpes,
y la brisa llegara para quedarse,
se desharía el vestigio del pecado
que jamás cometimos.




Espatifilo

Encalamos la casa convencidos
del vigor de sus muros.
Al pie de las ventanas
nos daban los naranjos
inesperadas flores en diciembre,
señales estrelladas
de la felicidad.

Más tarde, en las alcobas,
vimos caer con miedo
el calostro y la lágrima
de la negra clepsidra,
deslizarse los peces en su poso de fango.
Las palabras dejaron de cruzar sus umbrales.
Se cerraron las puertas
como una cicatriz.

Años después espero,
en las aéreas barandas de la tarde,
el añorado beso matinal.

Bajo el rocío escarchado
sigue latiendo el labio
que pronuncia mi nombre.




Mientras aún ardemos

Para olvidar que estamos condenados a nacer tantas veces como las cenizas del fénix,
para olvidar que los caminos nunca se bifurcaron para nosotros y que se desdibujan en
……….[la amnesia invernal,

para olvidar que los ojos tienen más función que la vista, quizás apoderarse de la hierba
……….[y su esplendor,

para olvidar que Venecia reposa bajo las aguas de su espejo y que no volverá a alzarse
……….[su cuadriga en Constantinopla ni en Corinto,

para olvidar que todo es, y que la vida es todo, aunque sepa cómo oscurecerse,
he escrito estas líneas que atravesaban mi garganta
como los juncos hienden la superficie del lago,
como el pájaro traspasa la ensimismada cúpula de la atmósfera,
como las llamas revelan su sístole de encina en el hueco del hogar
mientras aún ardemos.

 

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3 comentarios en “Residencia en la Tierra y otros poemas: Elena Marqués”

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