Vuela Palabra

Qué quiso decir, un texto de Sofía Almiroty

El día de hoy les comparto un texto bellísimo de Sofía Almiroty en el que a través de grabaciones, fotos, objetos y reflexiones muy vívidas nos adentra en el vínculo con su abuela en los últimos meses de su vida. Encuentro aquí un intento de preservar a Rosa al tiempo que la voz narrativa va descubriendo otra manera de mirar la enfermedad, los deseos de su abuela, su carácter y su vida de joven. Ojalá estas letras lxs cautiven tanto como a mí. 

Andrea Muriel

Qué quiso decir

 

¿Se puede escribir una voz?

Entre mayo de 2017 y agosto de 2018 grabé conversaciones con mi abuela. A veces eran diálogos en su casa, a veces por teléfono, casi siempre en la cama del hospital. La grabé para escucharla todas las veces que quisiera hablar con ella y ya no pudiera. La grabé para preservarla de mi memoria. La última conversación es del 28 de agosto y Rosa se murió el 3 de septiembre.

Las grabaciones son un collage de una voz quejándose, puteando, llorando, criticando. Quise trabajar con este material y armar un registro escrito de lo que voy descubriendo en su voz, en sus formas de decir, en su forma de hablar de otros, en su forma de poner en palabras de otros las suyas propias. En sus silencios. Y en lo que no está diciendo. Este es un primer abordaje de un trabajo que está en proceso. En el camino fui topándome con imágenes que también registré en esas visitas y conversaciones con otras personas sobre su enfermedad. Esto es un recorte autónomo, pero que tendría más potencia con la acumulación del total de conversaciones grabadas y trabajadas.

En noviembre de 2017 mi abuela entró en la Fase IV de la enfermedad. Nadie, ni siquiera las médicas, conocían los síntomas que iban a proliferar. Mientras, todo lo que contenía su cuerpo –o cualquier cuerpo– empezó a explotar por los poros y los surcos que se asentaron sobre ella.

A lo largo de estos últimos años la llevé a reikistas, médicos chinos, energéticos, dietólogos, probamos aceite de canabis, y hasta hice terapias por si repercutían en la historia del árbol familiar. Siempre con la inercia de un búmeran que está por recular pero no termina de hacerlo. Con la inercia de la sensación de que tiene que haber algo simple en lo que nadie pensó. Con la idea de que es una prueba y que hay que descubrir cuál es la llave para pasar. Y mientras, la espera de algo más monstruoso que está por llegar siempre.

Inicié este recorrido de conversaciones que grabé con ella para descubrir si hay algo en su forma de decir el mundo que ilumine alguna sombra, algún repliegue en donde nadie haya buscado antes.

 

Descubrir un secreto. 20 de noviembre de 2017

Nada, ninguna dieta. No comer dulces y harinas, y yo soy adicta a las harinas.
Te voy a contar una confidencia, y no me retés, ayer estaba enloquecida por un budín de pan. Así que me hice un budín de pan y entre la merienda y la cena me lo comí.
Tengo frío.
Lo que tengo es fiebre, y ¡mirame los pies! Ya no quiero venir más.
La enfermedad está tomando la última fase de su mal.

 

Serie de palabras

M A L

El mal tapó su cuerpo de apenas un metro cincuenta teñido de violáceo, cubierto de fragmentos de piel seca, de protuberancias, de racimos de hongos, y sus tetas, que alguna vez fueron turgentes, caían vencidas hasta su ombligo. Rosa no dejó de hablar, como si estuviera ahí por un trámite de rutina. De esa mancha púrpura en la que se ha convertido sólo se salvaron sus ojos verdes. La consulta esa semana fue por la fiebre y por las callosidades que estaban creciéndole en la planta de los pies. Además, por una úlcera en una pierna y en la ingle. Al linfoma que padece mi abuela, y que la va convirtiendo en algo que no era, se le sumó azarosamente la micosis fungoide, porque las formas que van tomando las anomalías de su piel se parecen a racimos de hongos, aunque no lo sean. En Argentina, se diagnostican 200 casos por año. La incidencia mundial anual de este diagnóstico es de 0,5 cada cien mil habitantes. ¿Por qué esta monstruosidad atacó a mi abuela? La pregunta es una sombra sigilosa y quieta.
Mientras seguían indicándole cómo aplicarse ungüentos y hacerse lavados, se me atascó una pelota en la garganta, un sapo a punto de explotar. Se me cayó una lágrima y lo único que pensé fue que no me viera llorisquear. No hay nada más vergonzoso que llorar por la persona que debería estar haciéndolo.

 

Oruga de hospital

Llegué de unas vacaciones frías en el invierno polar del hemisferio norte. Desde hace un año, cada vez que viajo, me pregunto si voy a tener que volver de urgencia. Llego, y como no trabajo hasta febrero, me quedo con vos cada día de los que pasas internada en una habitación color durazno sin ventanas y con luz iridiscente. Tenés una fe ciega en mí, te gusta compartir tiempo juntas, tanto que me dejas usarte de experimento, me dejás hacer un registro de tu sufrimiento. Quizás, aunque nunca hayas pisado un taller de arte o una universidad de letras, sabés que es la única forma que tengo de acompañarte. Este monstruo colonizador que invadió tu piel se expande como un derrame de petróleo en el mar. En los momentos que intentás dormir, rotás de lado a lado, giras sobre tus huesos débiles, pareces una oruga que se arrastra para poder subir hacia su refugio. Pero vos, no vas a convertirte en mariposa.

 

El amor durará mil años. 23 de enero de 2018

No quiero. Bueno me tapo la cara.
Podés poner un cartel, “Mi abuela en la fase terminal”.
Ay, no sé, no sé. Yo quisiera que la vida te depare cosas lindas, alegría, felicidad, que formés una familia feliz, porque vos sos especial para formar una familia, tener chicos, un marido bueno que te mime.
Una casa con un jardín.
Sí, la veo, con chiquitos corriendo alrededor. Con un árbol.
Dios quiera que se te dé. Mirá si te vas a vivir a Córdoba.
¡Te gustaría, sí que te gustaría!
¿Sabés cuántas parejas hay de esas? Una familia moderna y la que trae el pan a la mesa sos vos.

No sé si uno es lo que le gusta, pero si toca, quévaser. Cuidará a tus chicos y cocinará. Que aprenda a cocinar bien por lo menos, si además no hace otra cosa.
¡Estás loca!
No.
Porque en las épocas aquellas no era vivir como ahora. Vos te enamorabas de un tipo y te casabas o no te casabas y punto. Mirá si en la época mía una chica iba a tener una pareja, así como tuviste vos y lo dejaba. No, eso era de loca, de atorranta. En esa época una mujer se separaba como se separó tu mamá y era porque era una puta, no porque se llevaba mal con el marido o se dejaban de querer. Hay una diferencia cultural abismal entre vos y yo.

 

Serie de palabras

H A C E R  

Qué-se-le-va-a-hacer era su muletilla más frecuente. En boca de ella: quévaser.
¿Qué va a hacer una si su cuerpo se va pudriendo y no hay nada que pueda frenarlo? Qué va a ser una si tiene un marido depresivo que no sale de su casa. Qué va a hacer una si tiene una amiga a la que la maltrata su pareja. Qué va a hacer una si no está más enamorada de la persona con la que se casó. Qué va a hacer una si los médicos no le dicen un diagnóstico único. Qué va a hacer una si sólo puede comer comida de hospital. Qué va a hacer una si perdió la cuenta de los días que lleva internada. Qué va a hacer una ante los hechos de la vida que no puede cambiar.
Para mi abuela, Rosa Adaime, no había una pregunta, pero sí una sentencia: quévaser. Un mantra con el que cerraba la cuestión. Ante lo que una no quiere, no se puede hacer nada. Se lo acata. Se lo toma. Se lo mira. Se lo acepta. Hasta se lo pelea y se lo honra.
Quévaser decía mi abuela a cada frase.
Qué se le va a hacer a la resignación. ¿Se podrá convertir en enfermedad?

 

Un elefante blanco puede decirlo.

Estoy decidida a saber de qué te vas a morir, aunque no se lo cuente a nadie. Pero tengo que saberlo. La verdad es agridulce. Primero se clava como una daga en el corazón y la garganta, abre un surco y si una logra hacer entrar la ternura, recién ahí se vuelve miel. A la verdad, la busco encriptada en la oscuridad de las explicaciones complacientes. Refriego la niebla de los sinsentidos para saber si hay alguna pista o algún secreto por revelar. Algo más. A este elefante blanco viene gente de verdad: con estrías en la panza, los rollos por fuera del pantalón, hace tiempo no me cruzo con mujeres de mediana edad sin cirugías estéticas o rellenos acrílicos en la piel, personas de piel morena, la ropa apolillada, los médicos cansados que corren por el hospital, una mujer se pintó las cejas. La médica que más sabe de tu enfermedad en todo el país me va a decir cómo te vas a morir. Nunca te lo voy a decir. Afuera llueve y son ochos pisos con ventanales por los que entra el olor a humedad de la lluvia del verano.

 

Explosión seca. 8 de febrero de 2018

¿De qué forma se va a morir mi abuela?
Le pregunto a la Jefa de Dermatología del Hospital General de Agudos Dr. Cosme Argerich. Necesitaba hacerme una idea visual. Que alguien pudiera describir qué iba a pasar.
Estamos hablando de una enfermedad que la célula que le da origen es una célula vinculada a la inmunidad entonces pierde la posibilidad de defensa. Estamos hablando de un paciente cuya piel pierde la función barrera que tiene que cumplir la piel, entonces está ulcerada o con tumores resumantes o placas que a lo mejor no son tumores, y ya se pierde la función de barrera, entonces el riesgo de infección a través de la piel es alto en un individuo que normalmente no se puede defender. Entonces la causa más común de muerte es la infección. Infección que entra por la piel y se hace sistémica. Sí, el paciente generalmente muere por falla multi-orgánica a partir de la asepsia que le produce una bacteria común que entró por la piel. Es una locura. La persona con otro cáncer se va consumiendo pero no lo ves salir. El cáncer de piel tiene esa gran desventaja: se ve. Eso es muy difícil de sobrellevar.

 

Serie de palabras

S O B R E L L E V A R

Sobre-llevar. Algo pesa más de lo que debería. Pesa mucho y una no debiera llevarlo sola. Un secreto. Un indicio. Una confesión que no vas a decir. Ahora yo sabía que tu cuerpo iba a entrar en shock séptico. La fiebre iba a aumentar. Como lo hizo los últimos cuarenta días de tu internación en el hospital. Una mañana te toqué las manos y hervían de calor. No te habías dado cuenta porque no estabas lúcida. Era lo que todos querían. En el invierno frío de agosto entraba a tu habitación, me ponía alcohol en gel, hacía con mis manos un bollo y apoyaba las tuyas encima de las mías. Me calentabas las manos y apenas sonreías. En la intimidad silenciosa el calor del cuerpo sobrelleva las palabras que no alcanzan.

 

Mueca blanca

Sobre el suelo cubierto de nieve polvo y apacible como una alfombra de pelo suave caminan dos mujeres con las manos en los bolsillos. Vos: la de la izquierda. Tu media sonrisa asoma con la vitalidad que trae todo el futuro pendiente. Nevó. Ahora el sol asoma despejado y frío.  Llevás puesto un sweater celeste pálido y una campera de cuero marrón con solapas de cuello largas. Caminás a la vera de una huella que se asoma como un accidente azaroso. Las huellas son las marcas que el paso de un auto dejó surcadas. Y también las tuyas propias. Se extiende atrás tuyo la estepa blanca.

Caminás junto a una amiga y están vestidas iguales. Son dos mujeres tan jóvenes que caminar es una aventura, y sobra. Sonríen porque es la última nevada y falta poco para el final del encierro. ¿Qué esperan? Elena y vos.

La que fuiste tiene el pie derecho en movimiento hacia atrás y el semblante de la cara suelto. Tu corte de pelo corto como un varón, a lo garçon, anticipa tu carácter. Tu propia marca personal en contra de la época: la que dice lo que quiere. En tu mueca, la picardía de las personas que todavía tienen algún sueño. Dejás atrás las casas como cubos de cartón: homogéneas y sin particularidades. Ahí, pueblan el desierto, igual que ustedes, que lo desandan en primer plano.

 

Dulces sueños. 23 de abril de 2018

Uh es viejísima esa foto con Elena una conocida mía, ya murió hace tiempo.
Y en esa época se usaba eso: pantalón de cuero, campera de cuero. Peinado así cortito como varón. Y eso dónde lo encontraste, ¿en tu casa? El pulóver era color celeste. El pantalón creo que era color marrón. ¡Me arde esto! Ojo, que me arde. Qué raro no vino nadie, ah me estarán pasando por ahí la medicación.
¿Me dormí? No me di cuenta.
No sé, ya no me doy cuenta.
Yo ni me escuché que me dormí.
Sí, pero a veces te das cuenta que te vas durmiendo, que te vas durmiendo.
Pero ahora no me doy cuenta de nada.

 

Serie de palabras

N A D A

Nada es más horrible que tener que disimular con alguien que se está muriendo. No poder decir lo evidente, ni hablar de la angustia que se acicala en el cuerpo. Hablar de fotos, de tortas, de planes que no van a suceder porque va a venir la contundencia de la muerte a barrerlos como polvo liviano que se tira a la basura.

 

Le echo la culpa a los nervios. 7 de mayo de 2018

Yo le echo la culpa a los nervios. Tuve muchas situaciones de nervios. Primero, tu mamá se vino a estudiar acá sola. Después tu tía, parece que no pero te van afectando esas cosas. Después cuando tu mamá quedó embaraza de vos, Dios mío, en ese tiempo quedar embarazada era el terror andante. Yo saco estas deducciones.
Después el cambio de Jacobacci para acá, vos no te olvides que yo viví 45 años en otro lugar y de la noche a la mañana, chau. ¿Pero sabés qué tengo de bueno? Que no vivo añorando nada. Para mí lo de Jacobacci fue hermoso, fui muy feliz, pero no me largo a llorar, y bueno después otro shock fuerte que a mí me amargó la existencia fue las cagadas que se mandó tu abuelo en el negocio y nos dejó en banca rota. Porque estar acostumbrada a disponer de dinero, a tener una tarjeta, a gastar lo que vos querés hasta a gatas tener para comer no se supera muy fácil. Entonces yo le hecho la culpa a todo eso. Para mí es como que el sistema nervioso mío trabajó tanto, tanto que por algún lado tenía que explotar. 

 

Mudanza

Una vida de repente se termina. Y desaparece un cuerpo como si nunca hubiera existido. Se desmantela una casa en una semana. Se descuelgan las fotos, se tiran bolsas llenas de cosas que nadie necesitaba. Que hay que tirar antes. Antes de ahora. Antes de que la porcelana se tajara. Antes de que los libros se humedecieran. Antes de que las fotos quedaran viejas. Antes de antes. Antes de que una persona se muera hay que desmantelar una casa.

 

Adiós. 26 de agosto de 2018

Hay una tarta de manzana riquísima. La trajo Rulo.
Te va a quedar linda la tuya. ¿Es para la cena?
No me acuerdo, porque yo las hacía bien chocolateras, bien pesadas para el frío en Jacobacci. A lo último yo las hacía así, esperate: 200 gramos de manteca, 200 de azúcar, 400 de harina y eran muy grandotas. Arriba le solía poner dulce de leche con grana o coco.
Quiero la enfermera para que me ponga la chata por favor. ¿Hoy es domingo, no?
“Hoy es domingo, se casa Peringo con una gitana que tiene las tetas más grandes que una manzana, ¡qué una campana!” ¿Ya te vas?
¿Y qué hora es? ¿Tu mamá andará mejor?
Vamos a llamar a tu mamá a ver si contesta, no sé. Si querés vos.

 

Serie de palabras

V O S

Es la última palabra que me dijo.
‘Si querés vos’, me dijo y se quedó en silencio.
Los silencios eran cada vez más largos y esta última conversación fue una semana antes de que callaras para siempre.
En esta conversación hablamos de una receta. Las recitabas con la precisión de quien transmite una fórmula antigua. Hacías un esfuerzo para retomar la huella de un dato borroneado por los cuarenta días de sedantes. El esfuerzo de reconstruir algún fragmento en el collage de la memoria. Hablamos de que quiero aprender a hacer una tarta fondant de chocolate. Hablábamos de la tarta para acercarnos a la intimidad de otra cosa más áspera: la intimidad de tu muerte. 

 

 

Sofía Almiroty (Buenos Aires) es licenciada en Comunicación Social y Magíster en Escritura Creativa (UNTREF). Como periodista colaboró para medios como La Nación Revista, Compost y Anfibia. Como escritora toma talleres de escritura creativa desde hace más de diez años. Coordina sus propios talleres y clínicas de escritura, y brinda consultorías y acompañamientos creativos a proyectos y artistas. Mala carne es su primera novela. Actualmente investiga la escritura a partir de materiales autobiográficos y de archivo y coordina clínicas de escritura con foco en esta temática.

 

 

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1 comentario en “Qué quiso decir, un texto de Sofía Almiroty”

  1. Yo también quiero esa tarta de chocolate…

    Fue hermoso leerte.

    Cuando hables con la abuela dile que se de ella gracias a ti.

    Que me dejo los ojos en las historias en los silencios en las pausas que hoy son eternas.

    Gracias.
    Por dejarme conocerte.
    Ser un paciente de esta lectura.

    Te envío un fuerte abrazo.
    Hace falta una receta lo sé.
    Una foto, una historia más que contar…

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