Vuela Palabra

Digo lo que amo, poemario de Abigael Bohórquez

El día de hoy quiero compartirles mis poemas favoritos de Digo lo que amo, poemario de Abigael Bohórquez (Caborca, Sonora; 1936 – Hermosillo, Sonora; 1995). Desde que leí su poesía por primera vez, me sorprendió su ritmo, su estética barroca y al mismo tiempo insolente. Sean estos poemas un atisbo en el mundo poético tan especial de Bohórquez, en sus confesiones, su impulso político, su imperativo por decir lo que se ama. Ojalá los disfruten. 

Andrea Muriel

Descaración previa

si me callara;
si me pusiera serio;
si dejara
que el sacrosanto pudor
recatara esta dulce merced;
si me fuera quedando como de aquí al olvido;
si decayera mi semblante y me apesadumbrara,
y sosegadamente contenido
no revelara la inesperada gracia;
si lo ocultara;
si me fuera de bruces sobre mí mismo
y me diera contra mi nombre
y fuera la desmemoria de la flor;
si anocheciera,
y ninguna palabra mía diera fe del prodigio,
por tan callado el trance de morir;
si me opusiera a declarar;
si me cerrara a negar
que nada, nada es cierto, sino yo,
dulcemente yo, puntual con mi esqueleto,
y si aceptara este resplandeciente temor
a confesar:
¿qué soy, quién soy entonces,
qué he sido sino el de siempre, el mismo,
aquel que sólo ha dicho la verdad
y nada más que la más crudelísima
verdad?
el que este día ha amanecido
fúlgido de vejez,
maravillado de regresar,
el que, ahora,
simple y sencillamente, se levante,

compone el pecho desvencijado
y declara,
con un temblor de voz en lo que queda de palabra,
diecinueve de enero, dos puntos,
sólo era que
te amo.

 

 

Cuerpo del deleite

si de nuevo pudiera
como si nada o nade hubiese de amar más;
si me fuera otorgado un solo instante,
ahora que no estás, sino un espacio helado;
si se me concediera:
yo volvería a ti, sí, volvería,
suplicando
tus dedos finos
como el primer día de las espigas,
rogándote beber
tu dulce y dura flor,
pidiéndote
aquel que fue contigo tu soldado de plomo,
tu primera mujer,
tu barco de papel,
la chava,
ah, sí que volvería a tus jugos profundos
que fueron en mis labios la canción;
a tu alegría ociosa
de la que todavía haces ausencia;
a tu esbelta hermosura
que no me pertenece sino la cruz sin nadie;
a tus ojos navales
donde partí y no estoy;
yo volvería a ti,
junto a tu sombra,
sombra de ti, perdido.

pero no tengo, no, ya  nunca,
tus palabras de mocedad,
tu breve piel trigueña
donde me puse a arar y me sembré
como una almendra atroz,
puesta en ti,
condenada a nacer y manar de tu costado;
pero no tengo, no, ya nunca,
riesgo mío,
la turbadora cercanía de tu mirada,
no tengo ya tu cuerpo, su labranza,
su cuenco de rocío, su quejumbre,
su equilibrado ruiseñor, su oleaje,
su tersura de orquídea entre mis labios,
no, ya nunca, nunca más.
yo llevé a tu cintura la turbia compañía,
yo acerqué a tu cadera
un acedo calor de lenocinio;
yo puse mis colmillos de solapado roedor
a morder tu amistad;
yo fui el mono borracho, tu asesino,
el corsario de tu pureza,
tu verdugo, todo, todo,

y volvería a hacerlo.
sólo
por volver
a mirarte.

 

 

Reincidencia

dejó sus cabras el zagal y vino.
qué resplandor de vástago sonoro,
qué sabia oscuridad sus ojos mansos,
qué ligera y morena su estatura,
qué galanura enhiesta y turbadora,
qué esbelta desnudez túrgida y sola,
qué tamboril de niño sus pisadas.

dejó sus cabras el zagal y vino…
ah libertad amada dije
éste es mi cuerpo, laberinto, avena,
maduro grano que arderá en tus dientes,
esquila, choza, baladora oveja,
tecórbito y aceite, paja y lumbre;
baja a llamarme, a reprenderme, a herirme,
a serenar turbadas hendiduras;
baja, pupila de avellana, baja
rústico centelleo, ráfaga de rocío,
colibrí de ardimientos,
soy también tu ganado, ven, congrégame,
descíñete, descúbreme
asido a tu cintura, dulce ramo,
caramillo de azahares en mi boca.

y ante mis ojos,
como un tañido de frescura,
triunfal y apasionado desconcierto
emergió de sus piernas trascendiendo
hacia todos mis dedos como galgos,
liebre espejeante, mórbida espesura,
la suntuosa epidermis respirando,
temblando, endureciéndose
en la gallarda péndola,
el orgulloso, endurecido bronce,
de su intocada parte de varón;
estallido, mordisco, ávida lengua, indómito pistilo,
dulzorosa penetración, pródigo arquero, novilúnido
semen,
plenamar de su espasmo,
de su primer licor, abeja de oro,
se me quedó en el pecho, pecho a tierra,
un gemido de manso entre los árboles.
Luego estuvimos mucho tiempo mudos,
vencedores vencidos,
acribillados, cómplices, sobre las pajas ásperas,
él junto a mí, sonando todavía
y yo, mi cara sobre sus genitales de salvaje pureza.
Recordé que se olvida.
Que no se dijo nada más.

Dejó sus cabras el zagal y vino.
Qué blanco, qué copioso y dul

ce
vino.

 

 

Primera ceremonia

primaverizo yaces,
deleital y ternúrico,
y nadie es como tú, cervatillo matutinal,
silvestrecido y leve.
aparentas dormir
y una sonrisa esplende tus pupilas;
quedo sin mí.
tu veranideces,
cuando mis manos desdoblan su pobreza
y tocan tus cabellos dóciles, como el agua
y me tiendo a tu lado.
desnudo te descubres; desnudo estoy allí;
suspenso, trémulo,
desamparado como la noche del misérrimo,
ayuno y mórbido:
qué puedo hacer, enceguecido y mudo,
atado de estupor,
maravillado?
mantienes tu mirada fresca y feroz,
sedienta de antemano;
resplandeciente en la devoradora oscuridad:
tu sexo,
húmedo, cálidamente eléctrico, madero victorioso,
con el recuerdo herido todavía
de la primera masturbación y el receloso orgasmo,
y tus labios suntuosos
temblando un hálito que ya no necesita
el niño aquel que era,
y tu cuello miro que pulsa las cuerdas
del corazón, no sé si el tuyo, el mío,
y ninguna palabra pronunciamos,
ninguna a mi favor;
no hay gracia para mí.

deja que diga no tu pecho núbil,
duro lugar de la salud,
marejada que nadie detendrá,
retén su amor, su odio;
tu modo de ser tú casi me lame,
calor de perro, ojos de ganso, hermano de caballos;
me viene encima tu sazón,
la rotación novicia de tu ombligo,
tu almíbar de estar hecho
veloz, inmóvil, lento, prensil, inapresable;
tiendo una mano: existes:
tus muslos, golpe a golpe, se separan,
se encuentran, se encajan, se unifican,
se hace una brecha ardiente en el revuelo
de la sábana;
no hay piedad para mí.
tus dientes caen, degüellan,
rindo el sentido.
tómame.
deshónrate, sométeme, contrístate, obedéceme,
enloquece, avergüénzate, desúnete, arrodíllate,
violéntame, vuelve otra vez, apártate, regresa,
miserable, amor mío, lagarto, imbécil, maravilla,
precipítate, aúlla.

de pronto, tú, el relámpago,
abierto, florecido, restallante,
arriba, abajo, encima, ¿dónde?,
hiendes la oscuridad
y adentro:

llueves.

 

 

Saudade

A Dionicio Morales

I

Pensar que duermes y que, solamente
por no morir de ti, de tu cintura,
mi corazón: velero en andadura,
remontaría el aire, dulcemente.

Saber que duermes y que me condenas
a rotura de ti, a desprendimiento;
mi corazón a tierra, tú en el viento
y toda lengua muda y me encadenas.

Tú tan desnudo ahora y no te toco.
Tan dolorido yo y no te acongojas.
Te me robas y en vano te convoco.

Quédate así, amor mío. Si guardeces
noche para la noche a que me arrojas
de ti anocheceré, tú que amaneces.

 

II

De ti anocheceré, tú que amaneces
grave de luz, ardiente mañanura,
junco de lumbre, tersa de galanura,
bienhadado del Sur donde floreces.

Sea mi vida pues, la descordura;
de lo que fui sólo seré tu ausencia,
tu primer anatema, la apetencia
donde tuvo tu cuerpo su atadura.

De ti anocheceré. Y, envejeciendo,
despoblado de ti, desatendido,
laborioso de muerte, oscureciendo,

seré desolamiento trascendido.
De ti anocheceré y, anocheciendo,
seré escombro de amor desconcedido.

 

III

Seré escombro de amor desconcedido;
me cumplo a oscuras, no me doy consuelo,
y determino este montón de duelo
cuando te pienso en muerte convenido.

Qué habré de ser sin tu presencia impía?:
Descorazonadura, vaciedumbre…
Bebí cáliz de acíbar, servidumbre
de soledad uncí. Y, ay, todavía

qué despiedad acrece mi faena,
qué dondequiera soledad desboco,
qué cosa estoy tan triste y me doy pena.

Y me acerco a tus cosas y las toco,
todo está nadie, amor, tierna colmena,
y me voy apagando poco a poco.

 

 

Abigael Bohórquez (Caborca, Sonora; 1936 – Hermosillo, Sonora; 1995). Poeta, dramaturgo y promotor cultural. Entre sus libros destacan Memoria en la Alta Milpa (1975), Digo lo que amo (1976) y Poesida (1996).

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