Vuela Palabra

Rubén Darío-Vuela Palabra

¡Oh mi adorada niña!, y otros poemas de RUBÉN DARÍO

Leeremos “¡Oh mi adorada niña!”, y otros poemas de Rubén Darío (Nicaragua, 1867 ‑ 1916). Pseudónimo de Félix Rubén García Sarmiento, es la figura más representativa del modernismo poético, siendo el reconocido iniciador de dicho movimiento con la publicación de Azul, cuya primera edición se imprimió en Chile en 1888. En 1898 viajó a España como enviado de La Nación de Buenos Aires y entró en contacto con varios escritores, como Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Ramón del Valle-Inclán. Desde entonces ha representado un papel fundamental como puente cultural para todos los países hispanófonos entre las dos orillas del Atlántico. Su segundo poemario, Prosas profanas (1896, ampliado en 1901) establece el triunfo del modernismo en todos los países de lengua española. En 1905, en la cumbre de su fama, publica Cantos de vida y esperanza, donde resulta evidente la influencia de la Generación del 98 española, en particular por los nuevos intereses sociales y políticos. El magisterio de Rubén Darío es fundamental y se extiende a gran parte de los mayores poetas españoles e hispanoamericanos de la primera mitad del siglo XX.

 

La traducción al italiano es de Gianni Darconza.

 



¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa.

Ah! povera principessa dalla bocca di rosa,
vuole essere rondine, vuole essere farfalla.

 








¡OH MI ADORADA NIÑA!

¡Oh mi adorada niña!
Te diré la verdad:
tus ojos me parecen
brasas tras un cristal;
tus rizos, negro luto,
y tu boca sin par,
la ensangrentada huella
del filo de un puñal.




OH MIA ADORATA BAMBINA!

Oh mia adorata bambina!
Ti dirò la verità:
i tuoi occhi mi sembrano
braci dietro a un vetro;
i tuoi ricci, nero lutto,
e la tua bocca incomparabile,
l’insanguinata orma
della lama di un pugnale.




A ROOSEVELT

¡Es con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que habría que llegar hasta ti, Cazador!
Primitivo y moderno, sencillo y complicado,
con un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
eres el futuro invasor
de la América ingenua que tiene sangre indígena,
que aún reza a Jesucristo y aún habla en español.

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
eres culto, eres hábil; te opones a Tolstoy.
Y domando caballos, o asesinando tigres,
eres un Alejandro-Nabucodonosor.
(Eres un profesor de Energía,
como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,
que el progreso es erupción;
que en donde pones la bala
el porvenir pones.
            No.

Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis, se oye como el rugir del león.
Ya Hugo a Grant le dijo: “Las estrellas son vuestras.”
(Apenas brilla, alzándose, el argentino sol
y la estrella chilena se levanta…) Sois ricos.
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mammón;
y alumbrando el camino de la fácil conquista,
la Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Mas la América nuestra, que tenía poetas
desde los viejos tiempos de Netzahualcoyotl,
que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco,
que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
que consultó los astros, que conoció la Atlántida,
cuyo nombre nos llega resonando en Platón,
que desde los remotos momentos de su vida
vive de luz, de fuego, de perfume, de amor,
la América del gran Moctezuma, del Inca,
la América fragante de Cristóbal Colón,
la América católica, la América española,
la América en que dijo el noble Guatemoc:
“Yo no estoy en un lecho de rosas”; esa América
que tiembla de huracanes y que vive de amor,
hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del León Español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa: ¡Dios!




A ROOSEVELT

È con voce biblica, o verso di Walt Whitman,
che dovrei arrivar fino a te, Cacciatore!
Primitivo e moderno, semplice e complicato,
con una parte di Washington e quattro di Nemrod.
Sei gli Stati Uniti,
sei il futuro invasore
dell’America ingenua che ha sangue indigeno,
che ancora prega Gesù Cristo e parla ancora spagnolo.

Sei superbo e forte esemplare della tua razza;
sei colto, sei abile; ti opponi a Tolstoj.
E domando cavalli, o assassinando tigri,
sei un Alessandro‑Nabucodonosor
(Sei un professore di Energia,
come dicono i pazzi di oggi.)

Credi che la vita è incendio,
che il progresso è eruzione;
che là dove metti il proiettile
metti il futuro.
            No.

Gli Stati Uniti sono potenti e grandi.
Quando sussultano c’è un profondo tremore
che passa attraverso le vertebre enormi delle Ande.
Se gridate, si ode come il ruggito del leone.
Già Hugo disse a Grant: “Le stelle sono vostre.”
(Brilla appena, levandosi, il sole argentino
e la stella cilena si alza…) Siete ricchi.
Unite al culto di Ercole il culto di Mammone;
e illuminando il cammino della facile conquista,
la Libertà solleva la sua torcia a New York.

Ma l’America nostra, che aveva poeti
fin dai tempi antichi di Netzahualcoyotl,
che ha conservato le orme dei piedi del grande Bacco,
che apprese un tempo l’alfabeto panico;
che consultò gli astri, che conobbe Atlantide,
il cui nome ci arriva risuonando in Platone,
che dai remoti momenti della sua vita
vive di luce, di fuoco, di profumo, d’amore,
l’America del grande Montezuma, dell’Inca,
l’America fragrante di Cristoforo Colombo,
l’America cattolica, l’America spagnola,
l’America in cui disse il nobile Guatemoc:
“Io non sto in un letto di rose”; quell’America
che trema di uragani e che vive d’amore,
uomini dagli occhi sassoni e anima barbara, vive.
E sogna. E ama, e vibra; ed è la figlia del Sole.
Fate attenzione. Vive l’America spagnola!
Ci sono mille cuccioli sciolti del Leone Spagnolo.
Sarebbe necessario, Roosevelt, essere Dio stesso,
il Fuciliere terribile e il forte Cacciatore,
per poterci stringere nelle vostre ferree grinfie.

E avete tutto, ma vi manca una cosa: Dio!




SONATINA

La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.

El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?

¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de Mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.

Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!

-“Calla, calla, princesa -dice el hada madrina-;
en caballo, con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor”.




SONATINA

La principessa è triste… che avrà la principessa?
scappano i sospiri dalla sua bocca di fragola,
ha perso il sorriso, e ha perso il colore.
La principessa è pallida sulla sua sedia d’oro,
muta è la tastiera del clavicembalo sonoro
e in un vaso dimenticato, appassisce un fiore.

Il giardino popola il trionfo dei pavoni reali.
Chiacchierona, la dama dice cose banali,
e vestito di rosso piroetta il buffone.
La principessa non ride, la principessa non sente;
la principessa insegue tra il cielo d’Oriente,
la libellula vaga di una vaga illusione.

Pensa, forse, al principe di Golconda o di Cina,
o in colui che ha fermato la carrozza argentina
per veder la dolcezza dei suoi occhi di luce?
O al re delle isole delle rose fragranti,
o a colui che è sovrano dei chiari diamanti
o al proprietario altèro delle perle di Hormuz?

Ah! povera principessa dalla bocca di rosa,
vuole essere rondine, vuole essere farfalla,
avere ali leggere, sotto il cielo volare,
andare al sole sulla scala luminosa di un raggio,
salutare i gigli con i versi di Maggio
o nel vento perdersi sopra il trono del mare.

Non vuole più il palazzo, né la rocca d’argento,
né il falcone incantato, né il buffone scarlatto,
né i cigni unanimi nel lago d’azzurro.
E sono tristi i fiori per il fior della corte,
i gelsomini d’Oriente, i nelumbi del Nord,
d’Occidente le dalie e le rose del Sud.

Poveretta la principessa dagli occhi azzurri!
È incatenata al suo oro, è incatenata ai suoi tulle,
nella gabbia di marmo del palazzo reale;
il palazzo superbo che le guardie vigilano,
e cento negri difendono con cento alabarde,
un levriero che è desto e un drago colossale.

Oh, lei che sarebbe ipsipile nel lasciare il suo bozzolo!
(La principessa è triste. La principessa è pallida).
Oh visione adorata di oro, di rosa e avorio!
Che volerebbe alla terra dove un principe esiste,
(La principessa è pallida. La principessa è triste).
più luminoso dell’alba, più bello di aprile!

‑ “Taci, taci, principessa ‑dice la fata madrina‑,
su un cavallo alato fino a qui si incammina,
nella cintura la spada e l’astore in mano,
il cavaliere felice che senza vederti ti adora,
e da lontano arriva, vincitor della Morte,
ad accenderti le labbra col suo bacio d’amore”.




WALT WHITMAN

En su país de hierro vive el gran viejo,
bello como un patriarca, sereno y santo.
Tiene en la arruga olímpica de su entrecejo
algo que impera y vence con noble encanto.

Su alma del infinito parece espejo;
son sus cansados hombros dignos del manto;
y con arpa labrada de un roble añejo,
como un profeta nuevo canta su canto.

Sacerdote que alienta soplo divino,
anuncia, en el futuro, tiempo mejor.
Dice al águila “¡Vuela!”; “¡Boga!” al marino,

y “!Trabaja!”, al robusto trabajador.
¡Así va ese poeta por su camino
con su soberbio rostro de emperador!




WALT WHITMAN

Nel paese di ferro vive il gran vecchio,
bello come un patriarca, sereno e santo.
Ha nella ruga olimpica del suo cipiglio
qualcosa che domina e vince con nobile incanto.

La sua anima dell’infinito pare lo specchio;
le sue stanche spalle son degne di un manto;
e con un’arpa lavorata in legno antico,
come un profeta nuovo canta il suo canto.

Sacerdote animato dal soffio divino,
annuncia per il futuro un tempo migliore.
Dice all’aquila “Vola!”; “Voga!” al marinaio,

e “Lavora!” al robusto lavoratore.
Così va il poeta per il suo cammino
col suo superbo volto d’imperatore!




LOS CISNES

¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?

Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.

A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez…
Soy un hijo de América, soy un nieto de España…
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez…

Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras
y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas oscuras.

Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agotan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.

Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni hay Alfonsos ni Nuños.

Faltos del alimento que dan las grandes cosas,
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.

La América española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.

¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león…

…Y un cisne negro dijo: “La noche anuncia el día”.
Y uno blanco: “¡La aurora es inmortal! ¡La aurora
es inmortal!” ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aún guarda la Esperanza la caja de Pandora!




I CIGNI

Che segno fai, oh Cigno, col tuo incurvato collo
al passaggio dei tristi erranti sognatori?
Perché tanto silenzioso da esser bianco e bello,
titanico alle acque e impassibile ai fiori?

Io ti saluto adesso come nei versi latini
ti salutava un tempo Publio Ovidio Nasone.
Gli stessi usignoli cantano gli stessi trilli,
e in lingue differenti è la medesima canzone.

A voi questa mia lingua non dev’essere strana.
Avete visto Garcilaso, forse, una volta…
Sono un figlio d’America, un nipote di Spagna…
Quevedo poté parlarvi in verso ad Aranjuez…

Cigni, i ventagli delle vostre fresche ali
diano alle fronti pallide le carezze più pure
rimuovano le vostre bianche figure vivaci
dalle nostre menti tristi le idee più oscure.

Brume settentrionali ci colmano di tristezze,
muoiono le nostre rose, si consumano le palme,
non ci son quasi illusioni per le nostre teste,
e siamo i mendicanti delle nostre povere anime.

Ci predicano guerra con aquile feroci,
girifalchi d’un tempo rivengono sui pugni,
ma non brillano le glorie delle antiche falci,
non ci sono Rodrighi né Jaimi, né Alfonsi né Nuñi.

Privi dell’alimento che danno le grandi cose,
che faremo noi poeti se non cercare i tuoi laghi?
In mancanza di allori sono dolci le rose,
e in mancanza di vittorie cerchiamo lusinghe.

L’America spagnola come la Spagna intera
è fissa nell’Oriente del suo fatale destino;
io interrogo la Sfinge che l’avvenire aspetta
con l’interrogazione del tuo collo divino.

Saremo consegnati ai barbari superbi?
Tanti milioni di uomini parleremo inglese?
Non ci sono più idalghi o coraggiosi cavalieri?
Staremo zitti adesso per piangere domani?

Ho lanciato il mio grido, oh Cigni, in mezzo a voi
che mi siete stati fedeli nel disinganno,
mentre sento una fuga di americani puledri
e il rantolo finale di un caduco leone…

… E un cigno nero disse: “La notte annuncia il dì”.
E uno bianco: “L’aurora è immortale! L’aurora
è immortale!” Oh terre di sole e d’armonia,
serba ancora Speranza il vaso di Pandora!




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