Leeremos diez poemas del español Adolfo Marchena (Vitoria-Gasteiz, 1967). Poeta y narrador. Trabajó en diversos programas de radio. Dirigió las revistas literarias Amilamia, Factorum y el fanzine Odaliana. Autor de Cartapacios de Lucerna, Proteo: el yo posible, La reconstrucción de la memoria, Musicalidad de los tejados, 683 Planta neurología y de manera conjunta La mitad de los cristales y Poemas fundidos. Ha sido incluido en diversas antologías (Sin embargo, Relatario, Voces del Extremo, Lírica Vasca-Ecuatoriana, etc.). Sus textos aparecen en revistas literarias electrónicas y de papel: El coloquio de los perros, Los Cuadernos del Matemático, Letralia, Baquiana, Río Arga, Turia, Agitadoras. Sus últimos libros publicados son: En mi barrio no hay Quijotes y Sin cielo bajo los tejados. Colaborador habitual de la Revista Literaria Galeradas.
1.
Hoy tu recuerdo negocia
con este viaje alrededor
de las mareas en mis manos.
Descubro en la intemperie
mi único lugar donde subsistir
ajeno al miedo y sus agujas.
Lejos del mar y las montañas,
lejos de todo, entre la nada,
aprendo a distinguir los rostros.
Y, de nuevo, en las distancias
que provocan los excesos,
advierto la terca voluntad
a no desprenderse de lo inútil.
Me invade el temblor y la fatiga
después de delinquir en el interior
de los armarios, cuando no queda
nada, ni siguiera una prenda
abandonada a traición o el polvo
sostenido en el único perchero
donde van a morir los maniquíes.
2.
Alguien me observa
y yo respiro su tragedia.
Hay libertad entre las rocas,
en el amasijo de metal
que forma el cuerpo inerte
de un tren descarrilado.
Crece la libertad y nadie
saca las manos del bolsillo.
Es el mundo, también,
un amasijo de voluntades ciegas.
Hay despertares donde encuentro
el barro, el hielo, el polvo,
despertares donde te has marchado
y en el hueco de la cama
se acurruca un dios desconocido.
Alguien me observa
y al otro lado de la calle
un perro olisquea mi futuro.
Abandono las maletas
en el pasillo
y salgo, antes de que nadie
procure detener mis intenciones.
Alguien me observa
en este amasijo que soy yo,
un tren descarrilado sin voluntad,
a punto de extinguirse
y perderse entre el granizo
que cae sobre las vides.
3.
Heredaremos toda la pena y la alegría,
la contradicción entera, el hambre,
para detener los relojes a deshora
y despertar en la quietud y el abandono.
Luego vendrán los miedos, más tarde,
cuando habitemos de nuevo el paraíso
y el despropósito. Porque nos prohibirán
comer la manzana, da igual,
si tú o yo; si Adán y Eva.
Y en su primer bocado el remordimiento
y la misma quijada con la que Caín
mató a su hermano.
Triste destino anunciado
en el deicidio
en el nombre del padre.
4.
La poesía era sospecha,
un leve temblor, agonía.
La emoción al pensar que un día
acontecería todo.
Tu regreso para cubrir
el hueco que dejó la tarde,
un hueco sin horizonte
donde trazar el infinito.
Llegará la revolución
de unos relojes hastiados
de marcar las mismas horas
para no convencer a nadie
de que el tiempo es eso,
como la poesía,
un hecho, una actitud,
el desencadenante ante el único
momento en que las horas,
merecen la pena
y se convierten en memoria.
5.
Habitaremos todo, incluso lo prohibido.
Los que dicen NO, encontrarán el opuesto
a su vértigo y su miedo al desencanto.
Fingir cada día un nuevo despertar
y ejecutar, como una bailarina, la misma
secuencia del día anterior y del siguiente.
Para esperar la noche y su mentira,
el agravio de los sofás y el mando
que controla a distancia los canales
de un televisor que siempre ofrece
la misma basura y el volumen
bajo para no molestar a los vecinos.
El día en que arrojemos por la borda
todo aquello que no nos hace fuertes,
recuerda no mirar hacia atrás
y avanza. Porque el exilio no es tan malo,
cuando nunca se ha vivido
y más allá, aunque quede la nostalgia,
nos espera el único propósito y motivo
para decir que SI, que esta vez nos desharemos
de las malas hierbas y beberemos,
por última vez, hasta caer rendidos.
6.
Te confieso que no tengo a donde ir,
que no encuentro la manera de quitarme
esta intemperie de encima.
Sé y me dirás que resulta absurdo,
que cualquiera puede cobijarse bajo un techo,
robar, si es necesario, una manta o un colchón.
Me dirás lo que siempre he escuchado,
porque todas las bocas son las mismas.
No es cuestión de fe.
Ni de orgullo.
Pero es lo único que puedo decirte ahora.
La intemperie me persigue como una plaga,
como el sustento, y lo único que puedo hacer
es fingir el cobijo que me niegas,
el abrazo que se perdió y la mano gesticulando,
diciendo adiós desde la ventanilla del vagón
que viaja por última vez enganchado a la derrota.
7.
Sospecho que habré de abandonar un día
mis hábitos y la confianza, la nostalgia
que heredé de la niñez y aquellos bosques
que me vieron crecer y vieron la soledad
que habría de habitarme después, más tarde.
No sospechaba que una noche llegarían las excavadoras.
Aquella fue una batalla desigual.
Era imposible combatir contra las horas y su avance,
combatir contra la polución de la memoria.
Yo destrocé la maquinaria una noche en que los pájaros
cantaban advirtiéndome que podía continuar sesgando.
No sospechaba que pondrían aquella señal de prohibido el paso.
Todos se fueron rindiendo hasta dejarme solo.
Lo entiendo. Ellos no sintieron los bosques como en mi niñez,
aquella noche en que perdí el miedo a la oscuridad
o el día que quise subir solo al monte Pagogan
y comenzó a llover y regresé a la cabaña junto a mi abuelo.
No sospechaba que yo también, un día, lo abandonaría todo.
Lo más doloroso es crecer y dejar al niño, abandonarlo,
seguramente allí, junto a las excavadoras y las señales de prohibición.
Pensar ahora, cuando la radio emite una música que ni siquiera escucho,
que no fue una derrota. Que fue ley de vida, como las tecnologías.
Y, sin embargo, en el fondo sé que aquella fue la primera y gran derrota.
No sospechaba que un día también me abandonarían como a los bosques.
Y esta es la realidad.
Alguien vendrá para decirme que ya todo se acabó.
Que sólo puedo llevarme los recuerdos y entonces sí, entonces reconoceré
la canción que suena y escuché en aquel coche, a las afueras, junto a dos amigos,
cuando todavía no fumaba y la muerte comenzaba a dibujarse en las edades.
8.
Llegará el día en que olvidaremos,
lo olvidaremos todo,
y con ello la libertad y los principios.
Las fábricas abandonadas donde trabajaron
nuestros abuelos y sus hijos,
los comercios donde las madres guardaban la vez
para comprar arenques o aceite racionado.
La libertad, a pesar de todo, cabalgaba
en horizontes de vigilia y soles rojos.
El vermú del mediodía, un sábado y el baile
en el quiosco, junto a las estatuas.
Llegará el día donde el hielo lo cubra todo
y luego la nieve y su crudeza.
Con qué dificultad caminaremos buscando el fuego.
Hágase su voluntad para no olvidar las deudas
y nuestras promesas.
El hijo abandonado, la esposa maltratada,
el hombre mancillado, lo inexacto.
Llegará el día en que rendiremos cuentas.
Con qué dificultad aceptaremos la humildad
después de la soberbia y aquello que creímos
único para aceptar, ahora, que de ellos será
el último reino de la tierra y la geometría
de los cielos.
9.
Yo no sé.
Si una vez fui diletante de la niebla,
me lo dijiste,
ahora que camino solo y sospecho de las sombras,
ahora que las cañerías tienen voz
y no soporto la ciudad y su arrogancia,
no sé si la niebla es obstáculo o defensa.
No sé si soy entero o una fracción de la derrota.
Me lo dijiste y he olvidado mi condena
a caminar sin echar la vista atrás,
sin buscar aquello que me hizo,
que nos hizo en la tertulia de la noche,
en el jadeo, en esa distancia tan corta que nos separaba.
Si soy el mismo o he cambiado.
A veces me lo pregunto y sospecho de las sombras.
En un juego sin argumento donde arrojo el dado
y siempre cae en la misma cara.
¿Diletante de la niebla?
Yo no sé.
Acaso Sísifo tratando de quedarse quieto
y romper todas las reglas y lo escrito.
Deshacer, entonces, todo este entuerto y atreverse.
Atreverse a deshacer las costumbres y lo escrito.
Sin ofender a nadie.
Sin quemar nada.
Atravesar la tierra de nadie y sortear esas alambradas,
porque las balas no son parte del destino,
porque ya no te ven
y vuelves, vuelves a ser en la indiferencia
un diletante de la niebla.
10.
Me juzgarán un día y no sabrán determinar
la causa.
Lo improbable anida en mí y la secuencia
de todas aquellas efemérides y locuras
que me transitaron.
Pondrán sábanas limpias en aquella cama
ya herrumbrosa donde atrapamos la noche
y después los sueños y el cansancio.
¿Lo recuerdas?
Aquella fuente frente al palacio donde nos bañamos
una noche de San Juan y las hogueras.
De regreso a casa atrapé un reptil en la pared
y tú exclamaste: ¡Lagarto, lagarto!
Lo comprendí más tarde aunque sigo creyendo
que no fue aquello lo que nos trajo mala suerte.
Me juzgarás también, como los otros,
y verás en mí al amante torpe que enloqueció
después de caminar por el desierto
y frecuentar las cunetas de las carreteras.
En aquel tren que me condujo de vuelta
quedó la transparencia y la verdad de esa causa
*** La fotografía del autor es del fotógrafo Aurelio Torrecilla
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