El día de hoy les comparto tres poemas de Michelle Pérez-Lobo, de los cuales ¡la autora nos compartió dos inéditos! Siempre me ha interesado en su poesía el tratamiento de la intimidad y su particular interés para generar símbolos personales a través de las anécdotas compartidas. Y es que, ¿quién, después de leerla, puede mirar un gancho como antes? A través de un tono distante y cierto cientificismo, Michelle nos acerca al desconcierto y a lo común. Si tuviera que nombrar una emoción que atraviesa estos textos sería la nostalgia. Ojalá los disfruten.
Desierto
Para LJ
I.
yo estoy
en mi cocina pelando
patatas[1]; los cuchillos
se quedaron aquí
pero sus resplandores
huyeron.
El refrigerador, la comida
para la semana entera,
se pudre
allá
en tus manos
o meu refrigerador não funciona
eu tentei tudo[2]
No hay gas en la cocina.
El combustible
en los muros, goteando:
como después de una explosión
la de “Vendrán lluvias suaves” de Bradbury
la luz capturó nuestras siluetas,
fotografía violenta donde aún es visible
la sombra
de mi espalda desnuda
cuando la recargaste
contra la pared.
En este espacio
el pasado
es una plaga:
los insultos y cariños
aquellas mañanas de avena y pleitos por dinero
permanecen aferrados
a las superficies
como cerros de cochambre
impenetrables
Algo reventó en esta cocina:
pedazos de nuestra
primera vajilla,
restos de cenas de aniversario
algo
Aquí la electricidad
no enciende la licuadora,
todo lo abrasa todo
lo ennegrece
Aquí
los utensilios olvidaron
sus funciones
y las manos de
sus propietarios
Algo se pudrió
en esta cocina
Alguien
que no sabe
vivir aquí
II.
La ropa sucia que dejaste
permanece
aquí
en el piso
tapizado de polvo
y el sudor que guardaste en ella
todavía
la recorre
Al gato le gusta
restregarse sobre la montaña
de playeras
para hacer suyas tu humedad
y la mugre,
oler
a lo que olías
tú
Él se reconcilia con
la ausencia
te estrecha
a través de los vestigios,
lo que de ti aún habita
entre nosotros
aquí
Y yo no tengo fuerzas
para lavar
abrazar olvidar
para entender
absolutamente
nada
Tenemos mucho
que aprender
de los otros
animales
III.
Tú no eres el desierto que nos atraviesa. No
las partículas secas que se agolpan
en nuestras fosas y nos cortan el aire, no
las caricias como de gato cuando el viento
arrecia, no
la humedad desaparecida, no
los más de doscientos mil kilómetros cuadrados de arena
que cruzan dos países y su frontera, no
las casi tres horas de vuelo que separan
tu sudor del mío
El desierto es
tu ropa tiesa de frío
en nuestro clóset
[1] De Alfabeto, Inger Christensen.
[2] “Mi refrigerador no funciona / lo intenté todo”, de una canción de Os Mutantes.
Breve biografía del gancho
Los ganchos son animales del reino de los instrumentos domésticos
que poseen una gran diversidad: pueden ser caros o venderse a diez por $50;
estar hechos de plástico, alambre o madera; venir en colores o en negro,
forrados de tela, con hendiduras para los tirantes de los vestidos,
ser completamente lisos.
Su hábitat natural son los clósets, a veces el perchero, a veces la lámpara de piso
que se usa de perchero, a veces el clavo detrás de la puerta; las tintorerías,
lavanderías, sastrerías, tiendas departamentales, bazares.
Los ganchos tienen
una función muy específica basada en su relación simbiótica con la ropa,
pero son a la vez animales insondables. Pueden aparecer en escenarios inverosímiles,
sobre todo después de un día de tianguis: regados en el asfalto como frutas aplastadas
por un camión, pájaros caídos del nido, un montón de huesos mordisqueados.
En la mayoría de los casos es difícil saber cómo llegan a la calle o la banqueta.
Quizá cuando la mano descuelga la prenda
y los tira sin percatarse, o cuando salen volando de una paca atiborrada, o cuando se
transforman en arma desde un balcón. Lo cierto es que nadie ha podido atestiguar
el instante en que un gancho se vacía de propósito
y significado, cuando deja de ser gancho para devenir anécdota, metáfora.
Nadie
ha descrito aún esta maravilla taxonómica: en cuestión de segundos, con el discreto
poder de un gesto (ajeno a la voluntad del objeto), su categoría
de utensilio se difumina y el gancho se integra
a otra especie: el clan de la basura, una manada de perros callejeros.
El gancho es, en esencia, un animal contextual.
Pez fantasma
En el bajo Río Bravo, Tamaulipas
un único ejemplar
de la carpita de El Paso
nadó durante sesenta años
último avistamiento: 1975
Pez piel de plata
color preludio de su sombra
cabeza oscura que fue todas las cabezas
cuerpo robusto que fue todos los cuerpos
par de aletas en que se arremolinaba
el cardumen
Elipsis no significa anulación, sino presencia oculta. *
Un fantasma
Phantom shiner
supone que aún existen rasgos mínimos
el resplandor de una cola
una ilustración científica
para que el vacío
estatus oficial: extinta
signifique
Su muerte perdura en
el humedal, canales de río
aguas continentales, turbias y dulces
Las elipsis son ausencias significativas. *
Una clasificación taxonómica
Notropis orca
como recordatorio posteridad
de los extintos
sentir a la carpita acechando mi pierna
sus escamas prominentes de víbora marina el fulgor aceitoso
pez fantasma aire dentro del agua
ausencia que se desplaza despacio despacio en discretas
siluetas de arena
*escribe el lingüista Salvador Gutiérrez Ordóñez
Michelle Pérez-Lobo (Ciudad de México, 1990) estudió literatura iberoamericana y una maestría en lexicografía. Publicó Lo que perdimos y otros poemas (Aquelarre Editoras) en 2018, y ese mismo año montó su exposición gráfica un texto es un lienzo es un texto en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Escribe poesía y hace con ella experimentos y juegos visuales, que publica en diversas revistas impresas y digitales. Obtuvo una beca del Programa Jóvenes Creadores del FONCA (2019-2020) en poesía, y fue mención honorífica en la segunda residencia de escritura Casa Octavia-Dharma Books 2022. Trabaja como editora en Ediciones Era.