Vuela Palabra

Gabriel Gil-Vuela Palabra

Cinco poemas de GABRIEL GIL

En mi primera participación en Vuela palabra después de que aparecieran unos poemas míos hace unos meses, quería presentaros al escritor español Gabriel Gil (Sevilla, 1971). Poeta y novelista, actor de teatro, presentador y coordinador de eventos culturales, es monitor de actividades medioambientales y tiene en su haber varios premios y reconocimientos literarios a nivel nacional e internacional, así como varios libros publicados de poesía y novela. Ha ocupado el cargo de secretario de la institución literaria sevillana Noches del Baratillo y ha sido miembro de la Asociación Colegial de Escritores de Andalucía, así como del grupo literario Generación Aljarafe. Actualmente forma parte del grupo de poetas Huelva por la Paz y es delegado en Sevilla de la Academia Norteamericana de la Literatura Moderna.

Elena Marqués Núñez 

 

 

 

ROMANCE DE EL CHAPARRAL


Con la luna iluminada

van jinetes y amazonas.
¡Qué bella dama los guía!
¡La luna ya no está sola!
En la tierra que los besa,
arroyos, madera, alforjas.
Un corazón que no late
es libre; vivo galopa.
Bailan mosqueros, estribos,
al compás de la alta loma,
y es el amor una puerta,
y es cuerpo y también es boca.
Tiene voz su cielo hermano,
el descanso de las horas,
pan el aire del sendero,
pelo cenizo las rocas,
un alma dulce y atenta,
sin fusta, rienda ni doma.
Oculta en El Chaparral,
vive la noche grandiosa.
Vive la luz de los días.
Viven cuando se los nombra,
la paz, el gozo, el olvido,
y mueren lágrimas rotas.




LA PARRA

Era verde la parra.
Verde, verde y guapa.
Racimos de agosto y alborada,
pechos que al aire amamantaban.
¿Dónde empieza el verde de la parra?
¿Dónde empieza y dónde acaba?
Azúcar de noche encantada,
jugo de luz blanca.
Infinita marisma de ramas
que, a los ojos, silenciosa habla.




LA CANTINA DEL SILENCIO

En la cantina del silencio
llueve luz oscura todas las noches.
No hay pasos que marquen distancias.
La puerta llora porque se ha roto
intentando evitar que entrase
el último beodo de barrio.
Ni los murciélagos se atreven a volar en su interior.
El gran duelo entre un pescador de sueños
y una tempestad con senos de barro
dejó extendidas redes anónimas
que atrapan a todo el que se atreve a viajar en el tiempo
o a volar sin permiso del cantinero.
Las moscas, por sordas, son afortunadas.
La cantina del silencio hiere los ojos,
rompe las manos, hincha los pies,
y, sin embargo, deja intacto el corazón.
Es un buen lugar para morir,
nadie viene a buscar a los muertos
aunque sepan que una cigüeña borracha
decidió que este era un buen lugar
para poner fin al encargo que le hicieron
dos seres anónimos, tan pobres,
que no podían ni regalar una sonrisa.




LOS APLAUSOS DEL MAÍZ

Los aplausos del maíz nadie los oye porque está solo.
Aplaude sin saber por qué, cuando aparece el viento.
Las manos del maíz son amarillas,
parecen enfermas, como embargadas de fiebre.
A los pájaros “narciso” les encantan sus aplausos,
y el agua, que se cree fuente en el surco,
se detiene y los escucha,
moviéndose despacio entre grama y castañuelas,
Quizás su aplauso sea para las ranas.
Este año no han venido;
sin embargo, el maíz aplaude y aplaude cuando hace viento.
Enfrente tiene campos de alfalfa seca,
a sus espaldas un naranjo que era dulce
y que una pelea con el verano lo volvió agrio.
Tal vez el maíz se aplaude a sí mismo.
No es de extrañar si así fuera.
En estos campos del sur
hasta la tierra tiene el ego alto.




AQUÍ DEBEN FLORECER LAS ROSAS

¡Aquí deben florecer las rosas!
No porque yo lo diga,
sino porque ya no deben salir
en busca de más nombres
con los que llamar a quien
nunca quiso cortarlas.
¡Dejadlas que florezcan aquí!
Donde pueden ser ellas y nada más.
Tienen el beneplácito de la tierra
y la indiferencia de un amor
que ya no las mira porque está roto.
¡Dejadlas que florezcan aquí!
Aunque estén desnudas
y solo se vistan con una lencería
a prueba de manos atrevidas.
Ellas son libres para elegir su destino,
salvo si quiebras su tallo;
entonces creerás que son tuyas
y no es de nadie lo que está muerto,
salvo de la vida misma.
Es por ello que insisto.
¡Aquí deben florecer las rosas!
¡Ignóralas hasta que tus ojos
se vuelvan infinitos
y tu alma se convierta en piedra!


 

 

 

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