Nos complace presentaros a Luisa Fernanda Durango, merecedora de la Segunda Mención de Honor en la II Convocatoria Internacional de Poesía Vuela Palabra 2022 por los poemas Raíz muerta y Fuego denso. En ellos muestra la naturaleza conflictiva de Hombre, con una fórmula de extraordinaria fuerza dramática que en ocasiones se acerca a la prosa poética y que consigue, a través de la apelación directa y las enumeraciones nominales, transmitir vívidamente las sensaciones y provocar la empatía del lector.
Luisa Fernanda Durango nació en Medellín en 1995. Es Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Pontifica Bolivariana de Medellín y tiene un Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona-España. Escribe poesía, le gusta la ciudad al amanecer, viajar en metro y bus. Piensa que la bondad es como el agua. Un día volverá a vivir en el campo.
Raíz muerta
Corro tras la sombra diluida de mi padre ¡Papá no te vayas! ¡Mira que soy pequeña!
Pero papá se me escapa entre los dedos y la ausencia se alza como el maíz.
¿Entenderé, con el tiempo, el silencio?
Abro la puerta. Soledades empedernidas gruñen en las esquinas. Aquí no está.
¿Eres tú entre las rendijas de un techo que se viene abajo? No. No lo eres.
Con sigilo remuevo cajones. Busco en el aire. Nada.
Veo pasos que avanzan en el corredor. Dan círculos. Son mis pasos.
Niña, los ojos de tu padre eran dos cuencas llenas de odio.
El corazón una concha roída por la sal. Los brazos arena movediza.
Las palabras silbidos molestos. La escucha un abandono.
Mi madre dice que ella será pared de barro pero firme. Será colcha. Ventana. Marco de la ventana. Será pensamientos, novios, geranios. Será agua que avive el retoño negruzco que ha dejado la fluidez de lo que termina. Será fogón, fuego y cenizas. Será Hogar.
Pero en las noches cuando deja de acariciar mis mejillas yo imagino que
bajo la sombra diluida de las estrellas mi padre traza ante mi un camino
y entonces no soy más una raíz muerta sujeta a la adivinanza.
Fuego denso
El corazón de mi madre es una roca filosa por fuera.
Por dentro, en cambio, es una mezcla suave de fuego denso.
El corazón de mi madre es un pequeño volcán.
Su amor un estallido diezmado de dolor.
Las lagrimas de mi madre son pequeños reptiles color noche que se deslizan de
sus ojos de ave cansada y atraviesan despacio sus mejillas aún vívidas.
Mi madre llora con frecuencia.
Llora por las prostitutas. Llora por las narices desgastadas de los viciosos. Llora por el joven que recicla botellas de plástico. Llora por su bostezo que significa un hambre de días. Llora por las ventanas faltantes y las escaleras maltrechas de la casa vecina. Llora por quien habitará esa casa sin luz. Llora por los soldados que mueren a diario. Llora por el llanto de sus madres. Llora por su dolor y su pérdida. Llora por el cultivo inundado de los campesinos.
Me acerco a ella. Le digo que mi amor es tan grande como todos las hojas de los árboles.
Las hojas vivas. Las muertas. Las que ahora son tierra. Las que ahora son aire.
Sé que su amor por mí es tan grande como toda el agua del mundo. La salada. La dulce.
La que duerme en las nubes. La que se desprende de ellas. La blanca. La sucia. La roja.
Un día, solo con gestos, me dijo: tú créalo lo todo. No seas por ningún motivo la reiteración de mis desgracias. De mi pobreza y de este odio por los hombres y por la vida. Yo solo he podido darte el sufrimiento y me maldigo por tener unas manos vacías. Heredas, si acaso la hay, mi poca valentía y expándela por tus miedos.
Mi madre llora con frecuencia por la adversidad que acaece cada sol y cada lluvia.
Yo lloro por su llanto y por no poder remediarlo.
Lloro por no poder mostrarle que en sus manos germinan las semillas y crecen las flores.
Lloro ante la imposibilidad de mostrarle que su corazón es un pequeño volcán lleno de fuego denso y que el abandono no es su herencia. El llanto no es su tierra. Su obligación no es cambiar el mundo.
Todos los días yo pienso en sus sueños.
Pienso en esa posibilidad lejana pero certera de volver a vivir en el campo.
Pienso en los guayacanes y tulipanes en flor.
Pienso en las tablas con banano para los sinsontes y los turpiales.
Pienso en un sillón cómodo para que en las tardes escuche su canto
y no vea en la televisión la desgracia que agobia al mundo.
Qué hermosos poemas. Me identifico completamente con «Fuego denso». Mi madre también ha sufrido, también ha llorado por sus desgracias y las de otros, aunque no los conozca.