Vuela Palabra

Poemas de Annabell Manjarrés

Annabell Manjarrés Freyle: «Llámame Espejo y yo te diré Desnudez»

Presentamos una selección de poemas de la poeta colombiana Annabell Manjarrés Freyle, ganadora de varios concursos literarios nacionales e internacionales, entre ellos, el premio internacional de poesía Voces nuevas de Ediciones Torremozas, Madrid, España, 2018.

 

 


Del poemario Una ciudad como Saturna, 2018.


* * *

Despierta, Clemencia,
sostenme el pelo mientras vomito estas palabras:

fíjate, hemos escrito desde ciertos vacíos,
maullando, a veces, pedazos de pan
a los hijos de una luna de agua.

No me conociste,
y yo no te conocí, yo que caminé y caminé
abrazando espejismos
por los mismos callejones del centro histórico,
ese conjunto de arquitecturas estériles
de nuestra patria infiel.

¿Por qué dejamos que nuestras entrañas nos bautizaran?
Llámame Espejo y yo te diré Desnudez.
Llámame Extraña y yo a ti Fragilidad.

Es medio día y me gusta dormir.
El sueño voló las páginas que no nos hemos leído.
Indisciplinada,
sueño con la mariposa hecha ceniza
e imagino tus ojos pestañear en el poema.

Escúchame, Clemencia, mira:
dormimos el mismo sueño de Santa Marta,
pero la ciudad borró las esquinas
donde pudimos coincidir.

 

 

La casa de los cautivos

La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo.
“La casa de Asterión”, Jorge Luis Borges.

Ayer también fue domingo,
aunque un nuevo quehacer pretenda ser audaz.
El momento más difícil es la noche.
Las madrugadas, sin embargo, son aún más poderosas.
Los sueños son absurdos y risibles:
las calles oníricas están muy transitadas
por nuestras obsesiones y anhelos.
La apnea del sueño nos reprime el descanso.
Se nos ha impuesto la virtualidad y la incertidumbre.

Guardamos de mala gana nuestro ego al cerrar la puerta.
El miedo nos quita los zapatos antes de entrar.
La ansiedad quema los pasillos
y el baño es el purgatorio,
un sitio donde, por un caño, se escurren contiendas invisibles.
Las habitaciones son el cerebro de la casa,
les hace falta oxígeno y una rutina que importe a alguien.
La sala duerme en el sosiego
de una intimidad sin visitantes,
y la cocina es el corazón:
algunas veces hay cómo hacerla palpitar.

Hemos renovado los espacios más obvios,
imaginando en ellos futuras galerías
o patios sin techo para los tiempos de paz.

Las ventanas no dan noticia del día a día,
solo son marcos del retrato de una calle sola,
con cielo grisáceo sellando la cuaresma.
En la sala comedor se discuten nuevos temas:
ahora hablamos de Isaías 26, 20:21,
de conspiraciones,
de crisis económica,
de ciencia,
de selección natural…

Nuestros anhelos hoy son más simples:
ansiamos el día que regrese la normalidad,
si es que volvemos a ser los mismos.

Y ya que el confinamiento nos obliga a
despejar las calles y las autopistas,
la naturaleza se asoma tímida a un planeta escondido.

No son los tiempos de la pandemia,
es la hora de la zarigüeya,
del puma del barrio chileno,
de los cisnes en los canales de Venecia,
de la transparencia de los mares que
dan luz al silencio de las rocas.
Es tiempo de los delfines en la bahía de Santa Marta.

He aquí un planeta embalsamado por la flema y la tos seca.

La casa puertas adentro no es un mundo acobardado,
decimos entre dientes,
la casa es una raza en cautiverio,
es el núcleo, el templo,
es el confín.

 


Del poemario Animales invertebrados, 2017.


 

Una soledad anfibia

Una mañana puede desprender
las cáscaras de la que ayer suspiró y lamentarse bajo las sábanas.
Se pone de pie una máquina de carne sin el fantasma orgulloso,
renunciando al sueño unos minutos más
bajo las sábanas, bajo el tapete, bajo una culpa desconocida.
Al lado, en la mesa de noche,
una tacita sin té ni tinto te abre los brazos y dice:
“Sube la roca hasta lo más alto, pequeña Sísifo”.
Sabes que a nadie servirá ver una roca en la cima
pero los dioses obligan.
Sobrescribir tu nombre encerrándolo en un círculo
no devolverá a la que ayer suspiró.
Tu nombre es tu vestido,
tu apellido, tu chaqueta:
Annabell Desnuda Manjarrés Freyle.
Y, por supuesto, tus zapatos no son tu destino,
pero pueden andarlo.
Has visto adormecer el tiempo,
oh sí que lo has visto:
el cuerpo virar hacia un rincón,
en el intento de reconstruir los discursos de la que ayer suspiró.
Y quien hoy suspira suplica dormir todas las ganas de volver
y adormecer el deseo infantil
proyectado en sábanas acogedoras
e ilusiones portátiles.
Sería más fácil acostumbrar el deseo a lo próximo o aniquilarlo
para que los días de agua o de tierra sean excelentes.
Tender la cama, en todo caso,
será como vestir el nombre
de quien a solas recibe tu cuerpo.

 

 

La mariposa negra no trajo visitas

En un rincón de la casa
abandono
mi orgullo.

Ha llegado de la calle
esa cosa negra
y despampanante
revoloteando su herida.

Busca un rincón amable para morir,
un sitio alto donde exhibir
su rabia y su tristura.

Toda la cólera concebida
se humilla ante el remordimiento
y este lo culpa relamiendo
la misma escena grosera.

Ha llegado de la calle
ese ente nervioso y aterciopelado,
pero la casa está aburrida
y viciadas las supersticiones.

Nadie quiere a un orgullo herido
—musitan las paredes—
desacostumbrado al descalabro
siempre llegará solo a casa.

 

 

La mujer abeja

Estoy aquí porque he pagado.
Ahora merezco otras danzas,
el ciclo de nuevas lunaciones.

Vine por el reciente brote de tamarindos,
por las florescencias que bajarán el perfil de los astros.

He conjurado estas danzas, he rezado.

Pertenezco a las semillas de un girasol de invierno,
a la familia del arroz, al clan del mango,
a la tribu que subió las ramas del mamón.

He pagado a Saturno
por todos mis crímenes ingenuos
y aprendí de los tribales,
el silencio tibio en sus habitaciones hexagonales.

He entregado al río
el error de mi viejo autoconcepto,
y la tristeza añeja
en el vientre de la madre.

Merezco otros frutos,
hijos de terrenos más amables.
Las montañas han acertado
en hacerse escalar
con sacrificio.

La mujer abeja sacrificó su ponzoña
en sitios blandos e inseguros.
Lo entregó todo.
Dañó venenosa el aire
donde afloraron los perfumes

Annabell Manjarrés Freyle (Gaira, Colombia, 1985). Poeta, narradora y periodista. La Gobernación del Magdalena le concedió el primer lugar en poesía y el segundo en cuento en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013. Es Premio Nacional de Cuento Bueno y Breve, de la revista El Túnel, de Montería, 2015, certamen que ganó con el texto “El hombre en su jaula”. En 2016 fue invitada al Festival Internacional de Poesía de Medellín, en 2017, al Festival Internacional de Poesía Nazim Hikmet, en Estambul, Turquía y en 2018 al Festival Internacional de Poesía Mihai Eminescu, en Rumania. Es premio internacional de poesía Voces nuevas de Ediciones Torremozas, Madrid, España, 2018.
Autora de los poemarios: Espejo Lunar Blanco (2010), Óleo de mujer acosada por el tiempo (2013), Animales invertebrados (2017) y Una ciudad como Saturna (2018). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, al catalán, al francés, al griego, al italiano, albanés y al turco, y figuran en diversas antologías nacionales e internacionales.

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